domingo, 26 de agosto de 2012

La talanquera


Los gustos deportivos de los venezolanos también han marcado su conducta política.

Gracias a la explotación petrolera fuimos invadidos, colonizados y transculturizados por los norteamericanos. Con los gringos llegó el beisbol, entró por los campos petroleros, lo veían jugar a través de las cercas de los campamentos yankees y se apoderó inmediatamente del gusto popular.  La pelota se extendió como una epidemia por todo el territorio nacional. ¿Las razones?, varias, entre ellas las económicas, con una sola pelota jugaban al menos dieciocho personas de un solo viaje. Lo que se necesitaba era un terreno baldío -un peladero de chivos-, una pelota y la muchachada de la urbanización, del barrio o del pueblo pasaba un día de diversión cargado de emociones, generador de destrezas sociales, fuente inagotable de futuras anécdotas y de entrañables recuerdos.

En el beisbol las normas eran claras, el mismo número de jugadores por equipo, unos bateaban otros cubrían, tres strikes, tres outs, 9 innings, los cambios eran ilimitados, pero el que se marchaba no volvía a entrar. Fácil y sencillo de entender. Quien salía -por un cambio pedido por el mismo jugador u ordenado por el equipo-, no podía incorporarse nuevamente al partido.

La postguerra trajo consigo oleadas de inmigrantes europeos -desarraigados, pobres, campesinos muchos ellos artesanos otros cuantos-, que en sus alforjas, entre sus pocas posesiones, trajeron algún viejo y desgastado balón de futbol. Los “musiúes” se agruparon en clubes y “hogares”, para conservar sus tradiciones pero al final se volvieron tan criollos como las arepas, el joropo o las hallacas y -muy a su pesar- sus hijos se hicieron venezolanos.

Esos muchachos ya no tan europeos, trasplantados algunos, nacidos aquí los más, contagiaron a los criollos la afición por el balompié. Y poco a poco el futbol si no superó al beisbol, al menos caló tanto en el gusto de nuestros compatriotas que paulatinamente se ha llegado a alcanzar ese raro fenómeno de identificación de la gente de un país con su selección que se conoce cariñosamente como “la vinotinto”.

Allí también las normas eran claras y en su arraigo también influyó la economía. Un balón permitía al menos que jugaran veintidós competidores. Nuevamente un ejido municipal, un solar ocioso, un balón y una chiquillada desocupada servían de ingredientes para la algarabía. Todos recordamos algún relato de aquella época, algún cuento que se ha teñido de epopeya y que evocamos gratamente cuando un grupo de ex condiscípulos se reúnen y cuentan sus fechorías.

En este deporte los cambios son limitados, y todo el mundo está enterado de que el que sale no vuelve a entrar. Así es el fútbol.

Los partidos políticos seguían como en el deporte normas, básicas, sencillas y el que se salía bien sea por su propio gusto  -por desacuerdos de forma o de fondo con otros militantes-, o quien era expulsado de las filas del partido no pensaba por honor, por decencia o sencillamente por no aguantar la mamadera de gallo, volver a la agrupación de la que se había marchado.

Así, Jesús Ángel Paz Galarraga y Luís Beltrán Prieto Figueroa se largaron de Acción Democrática y no volvieron a pasar por allí nunca más, prefirieron fundar el MEP y morir con las botas puestas. Alfredo Maneiro al escindirse del PCV funda el partido de la R disléxica (La Causa Radical) y no vuelve a mirar hacia donde estuviera el gallito rojo. Lo mismo sucede con Domingo Alberto Rangel o con José Manuel “Chema” Saher cuando deciden desprenderse de AD y fundar el MIR. Y más adelante en la historia política venezolana ocurre igual cuando Rafael Caldera salió de su propio partido, les hizo la cruz, les untó los santos óleos y fundó Convergencia, alias “el chiripero”.

El básquetbol trajo nuevas reglas y con ellas nuevos procederes políticos. Tal vez por lo trepidante de las acciones de este juego, o también influido por razones de economía, esta vez por los costos del terreno, este deporte citadino volvió locos a los párvulos que encerrados por las cuatro paredes de su apartamento, oprimidos por los edificios, enclaustrados en colegios sin patio, se vieron forzados a compartir un pequeñísimo espacio con los jugadores de voleibol, los practicantes de gimnasia, y los alumnos de educación física. Diez atletas, un balón y cambios indefinidos. En este deporte sus practicantes entran y salen de la cancha cuantas veces quieren o les ordena el entrenador y mientras no llegue a cinco faltas podrá andar y desandar el camino hacia la baca cuantas veces les dé la gana.

La arena política venezolana entonces con el básquet adquirió otras costumbres y se comenzó -decididamente- a ver el salto de talanquera. Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez pasan del PCV a AD, de nuevo al PCV, luego al MIR, al MAS, a Convergencia, al MAS otra vez, a la Coordinadora Democrática, a la MUD y quien sabe cuántos cambios más harán antes de que la parca los llame a las duchas.

Douglas Bravo veleidoso brincó del PCV al PRV, al FALN, a Bandera Roja a la Coordinadora Democrática, a la MUD. Gabriel Puerta Aponte voluble como es el saltó del MIR a las FALN, al MDP, a Bandera Roja, al MVR, a Un Sólo Pueblo, a la Coordinadora Democrática, a la MUD. El denominador común: todos terminan sentados sonrientes al lado de sus torturadores, muy próximos de sus carceleros.

No extraña entonces que con ese ejemplo que dan los mayorcitos, las nuevas generaciones de políticos vernáculos vean que como en el basquetbol en la política uno puede entrar y salir del juego cuantas veces quiera.

Así, Didalco Bolívar como una veleta cambia del MAS al PPT, a Podemos, al MVR, al PSUV, al PPT otra vez, a la Coordinadora Democrática, a hacerle ojitos nuevamente a Chávez. Ismael García siempre inestable saltó del MAS a Podemos, al PPT, al MVR, al Frente Nacional Amplio FNP, al PSUV, a la AVP, a la Coordinadora democrática a la MUD. José Gregorio “el gato” Briceño pasó tornadizo de AD al Movimiento Independiente Ganamos Todos fundado por el mismo, al MVR, al PSUV, a AD otra vez, a la Coordinadora Democrática a la MUD. Henry Falcón frívolo e inconsecuente del MAS pasó al PPT, al MVR200, al MVR, al PPT, al PSUV, de nuevo al PPT, al Frente Progresista FP, a Avanzada Progresista AP, a Primero Justicia, al PSUV otra vez, a UNT, a la MUD.

Por eso que David De Lima experto en el salto de talanquera salga con una nueva traición, esta vez y por fortuna no contra el proceso sino contra su propio candidato Enrique Capriles, no debe generar sorpresa y mucho menos se le debe conferir el protagonismo que se le está dando. El sabe por qué lo hace, tiene puesta la mira en la gobernación del estado Monagas y sabe que Capriles está derrotado. Trata de ganar indulgencias para que Chávez le levante la mano. Por eso ese movimiento destemplado, tan fuera de tiempo, como si pareciera espontáneo, improvisado.

Luis Miquelena, Eduardo Manit, Luís Felipe Acosta Carlés, Liborio Guarulla, Herman Escarrá, Vladimir Villegas, Gilmer Viloria, “El Gato” Briceño, Didalco Bolívar, Ismael García, Henry Falcón y una larga lista que escapa a la fragilidad de la memoria han convertido la política en algo más interesante que una carrera de tres mil metros con vallas, puesto que esta se corre en un solo y aburrido sentido, mientras que estos émulos de Judas Iscariote dependiendo de cómo amanezca el día saltan las vallas en una dirección o en sentido contrario.

Al menos estos saltadores de talanquera han tenido la decencia de haberse apartado después de haber traicionado. Pero desafortunadamente dentro, en las filas revolucionarias, es mucho el que como Pedro estará dispuesto -antes de que cante tres veces el gallo del imperialismo-, a traicionar al líder de este proceso de cambios revolucionarios y permanecen agazapados.

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