lunes, 21 de noviembre de 2011

¡Que vivan los estudiantes!

¡Que vivan los estudiantes,
jardín de las alegrías!
Son aves que no se asustan
de animal ni policía,
y no le asustan las balas
ni el ladrar de la jauría.
Caramba y zamba la cosa,
¡que viva la astronomía!
Violeta Parra

El 21 de noviembre de 1957 pasa a formar parte del calendario patrio venezolano gracias a los jóvenes estudiantes que irrumpieron en nuestra historia dando un paso adelante en la lucha contra la dictadura que había impuesto desde 1952 Marcos Pérez Jiménez.


Corriendo una serie de riesgos -que podían llegar hasta la pérdida de la propia vida-, en su lucha contra la satrapía y como protesta por el anunciado plebiscito que de antemano se sabía que reelegiría presidente de la República al general tachirense, los estudiantes caraqueños se declararon ese día en huelga. No hubo para ellos presupuesto de la NED, no hubo para ellos Defensoría del Pueblo y mucho menos Comisión de los Derechos Humanos. No se escuchó durante esos días la voz de ningún Insulza, el grito de ningún Vivanco. No hubo SIP que se pronunciara.

Carajitos de bachillerato, mostrando pundonor y valentía, se sumaron a los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela otrora “la Casa que vence las sombras” y desde allí la llama se extendió a otras casas de estudio de la misma capital y del interior de la patria.

En esa época la policía del régimen, la temida Seguridad Nacional tomó la UCV y apresó a numerosos estudiantes que fueron a dar con sus huesos a la cárcel, que probaron en sus cuerpos los refinados procedimientos de tortura que habían patentado los cuerpos represivos del Estado.

Estos sucesos desembocaron en el 23 de enero de 1958 y concluyeron con la huida del dictador Marcos Pérez Jiménez.

Por fortuna para estos chicos, el espíritu aguerrido que había distinguido a los venezolanos durante el siglo XIX y que parecía extinguido luego de tantos años de dictaduras castrenses -casi ininterrumpidas desde la época de Gómez y luego con Pérez Jiménez-, despertó para sacudirse el yugo de las armas.

Desafiantes, con sus puños en alto como estandarte, con barricadas callejeras como escudo, con palos y piedras como armamento de destrucción masiva, estos jóvenes todavía olorosos a virutas lápiz mongol, con un bozo incipiente sobre el labio, diciéndole adiós a la menarquía y con el rostro acribillado por el acné, decidieron enfrentarse seriamente a las injusticias y depravación del régimen de facto.

Con solo su coraje, aquellos muchachos encarnaron el descontento popular y como rezaba el decreto que emitiría el año siguiente la Junta de Gobierno presidida por el Dr. Edgar Sanabria: “iniciaron la última etapa de la resistencia del pueblo venezolano contra el régimen depuesto” convirtiendo en admirable la jornada. Dejaron así inscrito para siempre la fecha del 21 de noviembre de 1957.

Esa misma estirpe de estudiantes se echó a las calles durante las siguientes décadas y equivocados o no, empuñaron las armas. Cogieron el monte tratando de materializar a través de la guerrilla los cambios que, con sus gritos apagados por la sordina de la represión pedía el pueblo venezolano como alivio a sus desgracias.

Esa juventud romántica que se embarcó en la lucha guerrillera tomó para sí banderas como las del mayo francés con el mismo ímpetu que medio siglo antes adheriría con entusiasmo la reforma de Córdoba.

Así fue como les tocó a los integrantes de nuestras generaciones durante las décadas siguientes, las de los 70s, 80s y 90s, asumir la conducción de las luchas de calle manteniendo viva la llama rebelde, atizando el fuego libertario, independentista y antiimperialista hasta que surgió nuevamente el sueño revolucionario.

Hoy día lamentablemente y forzada por la superficialidad, se ve la división de nuestra juventud y con verdadera aflicción percibimos comprometida la unidad universitaria.Mientras en la vieja Europa sus integrantes más jóvenes luchan por reducir la brecha entre los pocos que todo lo poseen y las grandes masas que ya no tienen ni esperanzas; mientras en las calles Chilenas los estudiantes se ganan a pulso una mejor y accesible educación universitaria, mientras los chicos colombianos logran que su gobierno eche para atrás una reforma leonina que afirma la exclusión a la que han estado sometidos casi todos los que quieren estudiar en esa tierra hermana -en donde a los seres humanos se los clasifica por estratos-, algunos de nuestros muchachos con sus manitas pintadas de blanco, reniegan de la democratización de la enseñanza, se alían a los traidores de siempre, a los eternos vendepatria, abjuran de los adelantos hechos por este gobierno en materia de accesibilidad a la educación (sea esta básica o universitaria) y deciden parar la tierra para apearse de ella y poder montarse en “el autobús del progreso” que tiene como estación final regresarlos al pasado, al ayer en dónde sólo unos cuantos privilegiados accedían al estudio universitario y de allí salían envenenados, picados por el áspid del egoísmo y la superficialidad de unas academias que preparaban -y aún hoy preparan- mano de obra calificada para alimentar la avidez insaciable del mercado.

Afortunadamente cada día aparece un nuevo Kevin Ávila, estudiante sensible que toma la estafeta del pensamiento revolucionario, muchacho que se enfrenta con la pasión propio de la juventud a unas autoridades que se han deslegitimado de tanto atentar contra su propia Alma Mater.

Pieles sensibles como la de la rectora Arocha personaje público que alega como causa para la expulsión por un año de este muchacho, el que éste la haya insultado, son los mismos que arengan a otros dirigentes oposicionistas para que le recuerden hasta la madre al Presidente de todos los venezolanos, para que lo acusen ante cualquier organismo internacional de haber cometido “crímenes de lesa humanidad” aunque no hayan logrado recabar prueba alguna de lo aseverado.

A pesar del alto riesgo que corrieron en las calles, los estudiantes de todas las épocas han logrado organizar la fuerza universitaria para marcar el ritmo de la lucha contra las injusticias a las que son sometidos los pueblos por parte de los represores del Estado. Nombres como el de Carlos Bello, Domingo Salazar o Magdiel Páez, se escucharán eternamente mientras las necesidades más apremiantes de la gente sigan sin ser subsanadas. Lo mejor de la dirigencia estudiantil se ha forjado en las calles al calos del combate, su espíritu se ha fortalecido con los reclamos de la gente y en cada momento histórico y cada quién a su manera han sabido proyectar con valentía y arrojo el talante combatiente del pueblo venezolano.

Hoy cuando Venezuela realiza titánicos esfuerzos para forjar pacíficamente su revolución Bolivariana, andando un camino inédito, blandiendo la tesis del socialismo del siglo XXI, los que todavía sentimos en el cuerpo las vibraciones de la tradición y el actuar de todos los tiempos del estudiantado venezolano, suplicamos a los jóvenes que dejen de lado el conformismo y como en otras épocas sueñen con “tomar el cielo por asalto”.

Muchos de aquellos jóvenes estudiantes, hoy con la experiencia adquirida, con los errores y aciertos que se acumulan con los años, continuamos nuestra larga y tortuosa marcha hacia un proceso irreversible de transformación social sin flaquear ante las tentaciones que nos pone el capitalismo y dejando a un lado la nostalgia, les pedimos a estos nuevos muchachos que no sucumban ante el vendaval de vanidad con el que los intentará seducirlos la sociedad de consumo.

¡Feliz Día de los Estudiantes!, ¡Enhorabuena Muchachos!