La
ciudad de Mérida es una pocilga. Su actual alcalde Léster Rodríguez, la ha
convertido a ella y a sus alrededores -el municipio Libertador-, en un
chiquero.
Históricamente,
gracias a sus condiciones geográficas y climáticas, a la cordialidad y bonhomía
de sus gentes, a la economía y calidad de sus servicios, a la frescura y
variedad de sus productos, se convirtió este paraje andino en referencia para
el turismo internacional y en la meca de los viajeros nacionales.
Sus
floridos parques y cuidadas plazas se han vuelto cosas del pasado cubiertas hoy
día por toneladas de basura. Sus calles resplandecientes son hoy sólo un lejano
recuerdo que ni siquiera las torrenciales lluvias que caen frecuentemente sobre
la ciudad pueden purificar. Montañas putrefactas de desperdicios compiten en
cada esquina con las mismísimas cumbres de la serranía. Ratas y moscas proliferan
por todas partes propagando con sus patas y hocicos plagas y enfermedades.
Millares de gusanos se retuercen en los hilillos de líquido espeso y putrefacto
que se destila de las pringosas bolsas negras que, inútilmente tratan de
contener el producto de la desidia del burgomaestre que -en el colmo del
caradurismo cuartorepúblicano- tiene aspiraciones de ser gobernador del estado
auspiciado por su partido COPEI y apoyado por la MUD.
Hoy
la capital emeritense luce roñosa. Paisanos y turistas sufren en sus narices la
incapacidad del alcalde y por igual se apartan con las manos en el morro de los
cerros de basura. Los transeúntes reconocen el riesgo de epidemia que late
dentro de estas bolsas infectas. Todos, menos las autoridades sanitaras del
estado Mérida reconocen el peligro. Todos en la ciudad menos los responsables
de la salubridad se han pronunciado, cada uno a su manera. Las comunidades han cerrando
las calles protestando pacíficamente y los más agresivos le han metido candela
a las montañas de desperdicios. Columnas de humo maloliente ascienden enturbiando
el cielo mientras los perros de la calle pululan esparciendo la inmundicia y las
autoridades de CORPOSALUD se esconden en sus oficinas. El cóndor altivo que
corona el blasón emeritense ha sido sustituido por cientos de zamuros que
vuelan en circulo sobre la pestilente cuidad esperando que definitivamente
fallezca.
Pareciera
que las autoridades sanitarias no vivieran en Mérida.
Marcos
Díaz, gobernador del estado Mérida por la gracia de Chávez -con un pasado
copeyano difícil de olvidar aunque al parecer fácil de esconder-, se jacta de
decir sin que le tiemble la voz y ante las cámaras de VTV que él es chavista,
que después de Bolívar el hombre más grande que ha parido esta patria es el veguero
de Sabaneta, pero hace todo lo posible porque el malestar de una sociedad tan
conservadora como la merideña dirija sus odios hacia el Presidente.
El
señor gobernador de Mérida sólo mira y espera. Mientras todos los otros
mandatarios regionales que están con el proceso encabezan sus actos con
propagandas en dónde anuncian su adhesión al Presidente, los afiches de la
gobernación de Mérida sólo mencionan el nombre de Marcos Días. Mientras el
resto de las entidades federales disfrutan de las Misiones, mercados,
operativos y otros programas que sus gobernadores gestionan ante el gobierno
nacional para beneficio de sus habitantes, sobre todo para el bienestar de las
capas sociales más deprimidas, en el estado gobernado por Marcos Días estos son
muy escasos o brillan por su ausencia.
Pudiera
el gobernador del estado asumir la responsabilidad de salvar a la ciudad de
Mérida de ahogarse en desperdicios y basura, pero al parecer un odio oculto
hacia quien lo llevó al poder lo hace convertirse en un ser sin ojos, sin oídos
¡y sin nariz! ante este problema de orden sanitario, a pesar de que él es
médico y que fue además -gracias a Chávez- director de CORPOSALUD. Se niega el
gobernador a tomar parte en este problema y darle la solución que el señor alcalde
-copeyano como el- no ha podido resolver.
Mientras
los merideños se sumergen en basura el gobernador Marcos Días mueve una manga
de coleo de un sitio a otro, la reinaugura y la muestra ufano como su gran obra
de gobierno. ¿A cuántos merideños beneficia esa obra?. Mientras en la ciudad de
Mérida no cabe un carro, un autobús más, el Trolebus -obra construida por este
gobierno- a pesar de que tiene meses con otra etapa concluida no termina de
hacer más largo su recorrido no se sabe esperando qué. Mientras las carreteras del estado Mérida se
llenen de huecos por falta de mantenimiento, de obstáculos debido a los
desastres naturales y de policías apostados con la anuencia de las autoridades,
el gobernador Marcos Díaz sin importarle las vidas de quienes transitan por
esta entidad, invierte su tiempo en hacer un programa de radio “juvenil” zonzo,
desabrido y vacío.
Razón tiene Chávez en no incluir a Mérida entre
los destinos que visitará durante su gira de campaña electoral. El Presidente
sabe que los ciudadanos de este estado, opositores o revolucionarios por igual,
le reclamarán al venir que por su culpa, por su falta de tino al escoger, se
han tenido que calar a un gobernador indolente durante todos estos años.
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