domingo, 23 de febrero de 2014

Dr. Jekyll y Mr. Hyde



En los estudiantes venezolanos se hace patente la cristalización de “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. 



Robert Louis Stevenson como si se tratara más bien de Julio Verne, publicó por primera vez en 1886 su famosa novela, adelantándose a su época y vislumbrando la realidad que se viviría en la segunda década del siglo XXI con los estudiantes de una lejana nación frentecaribeña llamada Venezuela. Dicen sus herederos que la primera versión de este relato la escribió Stevenson en menos de tres días.

Tiene la particularidad un pequeño aunque significativo sector de los jóvenes estudiantes venezolanos -y algunos ya no tan muchachos- de poseer dos personalidades opuestas entre sí y que le dominan o afloran según sea la circunstancia.

Cuando se les convoca para una marcha, ellos en tropel alegre acuden raudos desde sus respectivas casas de estudio hasta el lugar a donde se les haya requerido como punto de partida de la concentración del momento. Todos llegan con sus manitos blancas, su cutis resguardado por una gruesa capa de protector solar. Todos como pertrechos llevan su botellita de agua mineral Evian®, su celular Galaxi S4® -porque cargar otro modelo y/o marca sería una verdadera raya- y su gorrita tricolor (que impide eficientemente que se le escapen las ideas, a la vez que previene la entrada de otras distintas) pero, a lo largo del camino sufren una notoria transfiguración y ya cercanos al sitio escogido como objetivo de llegada de la jornada se vuelven unos energúmenos que, poseídos por una furia y una fuerza sobrehumanas, son capaces de despegarle grandes trozos a las aceras para convertirlas rápidamente en pedruscos que como proyectiles certeros son arrojados contra cualquier objeto en movimiento que se les atraviese en el camino, sin importar que este sea una ambulancia que se dirige de emergencia al hospital más cercano o una unidad de transporte público que traslada en su vientre a inocentes ciudadanos que pudieran estar o no de acuerdo con la protesta.

Sin embargo esta transfiguración lleva aparejada una inevitable amnesia temporal que les impide recordar los destrozos que ocasionan durante el trance y al volver a la realidad se despiertan rodeados por los cuerpos policiales que, interceden en aras de retomar la paz ciudadana. Entonces el monstruo que destruye, incendia y arrebata indiscriminadamente como Edward Hyde despabila y se transforma en el apacible y civilista Dr. Henry Jekyll y en este último estado se quejan amargamente y gimen como niños mientras sostienen a viva voz que ellos no fueron, que son inocentes, que no hicieron nada, aunque las fotografías subidas por ellos mismos en la euforia de los sucesos, en el calor de la protesta y en tiempo real al facebook, twitter, Tumblr o Instagram indiquen lo contrario.

Este trastorno disociativo de la identidad que padecen estos mocetones les impide reconocer la realidad a su alrededor. Los conduce a invisibilizar a la mayoría de sus conciudadanos que, en un acto electoral libre y universal decidieron colocar las riendas de la nación en manos de Nicolás Maduro, al menos hasta 2019.

La negación de la realidad que despliegan estos jovenzuelos incluye el no darse cuenta de que entre sus solicitudes se encuentran las peticiones de: A) Terminar con el desabastecimiento, pero contribuyen a él al no dejar transitar el transporte de carga y combustible. B) Exigen acabar con la inseguridad pero son frecuentes en las barricadas que ellos construyen la extorsión, la vejación, el atropello de ciudadanos cuyo único pecado es querer regresar a sus hogares y que para llegar a ellos necesariamente tienen que pasar por estas pequeñas Ucranias tropicales generadas por la irracionalidad de los manifestantes. C) Ordenan al Estado el cese de la impunidad pero en lo que apresan a un delincuente sorprendido en flagrancia sólo por el hecho de estar inscrito en un instituto de educación superior desata la solidaridad automática. Es decir que, según esta faceta de la disociación psicótica que viven, quien es estudiante se excluye automáticamente de delinquir. D) Demandan el fin de la hipotética injerencia cubana en los asuntos venezolanos pero imploran al cielo por la invasión norteamericana de nuestro territorio. E) Reclaman el dialogo y la unidad nacional pero poseidos por una especie de misantropía selectiva se niegan a sentarse en la misma mesa en donde estén sentados esos chavistas marginales. F) Se quejan de estar infiltrados por “integrantes de los círculos violentos auspiciados por el Estado” pero piden la liberación inmediata de los huelguistas virulentos retenidos en las manifestaciones… o sea.

Enzarzados en esta dicotomía moral, esta porción reducida de los estudiantes venezolanos se debate sin mucha fortuna entre el bien y el mal. Prevalece la naturaleza malvada de Mr. Hyde y los chicos vuelven a la violencia cebados por la impunidad que les confiere la capucha y últimamente -cuestiones de la moda- la máscara de  “anonimus” sobre el rostro. La transformación de Jekyll a Hyde se ha hecho tan frecuente que la metamorfosis tiende a ser definitiva de tanto disfrutar de los placeres antisociales y ya no hay antídoto que les haga recuperar su cordura original.

El oscuro alter ego de esta minúscula fracción del movimiento estudiantil universitario venezolano contemporáneo lo ha alejado permanentemente de las necesidades del pueblo, de ese mismo pueblo que con grandes sacrificios sostiene la gratuidad de la educación superior, tan costosa y tan anhelada por otras juventudes de este y otros continentes.

Cuenta la leyenda que ante la critica que en los márgenes del boceto de esta historia hiciera su mujer, Stevenson optó por quemar el texto y comenzar a escribirlo de nuevo, ¿Será por eso que a estos modernos Mr. Hyde les da por meterle candela a todo lo que no les agrada?

jueves, 20 de febrero de 2014

De Camila Vallejo a Gaby Arellano


No es que el semblante vetusto y vociferante de una se encuentre plantado en las antípodas de la lozanía primaveral anidada en la faz de la otra, ni es que la voz de trueno con acento de 5-dihidrotestosterona de la nuestra antagonice con el cantadito campesino y atiplado de la Camila lejana.


No es que el hirsutismo rasurado de esta altere su fisonomía alejándola del bozo amelocotonado de aquella, no. Ni es que la postura belicosa y pendenciera de una disienta del porte aguerrido y batallador de la otra, que al final ambos procederes beligerantes les otorgan un aura bravía a ambas.

No es porque una resulte al parecer la más longeva de las dirigentes estudiantiles de las que se haya tenido noticia entre las mujeres matriculadas en nuestras universidades y la otra haya sido catalogada como la diputada más joven electa a sus veinticinco años como parlamentaria.

No es que nuestra alambicada señorita -hasta donde sabemos soltera y sin hijos-, haya malgastado su juventud estudiando una carrera de la que apenas lleva aprobada la mitad de las materias, mientras que la otra -casi una niña- se haya titulado en seis años a pesar de tener pareja, cargar un crio recién nacido, andar en campaña por un escaño y llevar las riendas de un movimiento estudiantil disciplinado.

No es porque una de ellas pertenezca a un obscuro movimiento estudiantil provinciano -sin ideología definida, que coquetea descaradamente con la derecha, de comportamiento fascistoide y que funciona más como una franquicia al servicio del mejor postor que como una agrupación universitaria- y la otra milite en la aquilatada Juventud Comunista de Chile.

No es que mientras una -con montones de basura ardiendo a sus espaldas y columnas humeantes elevándose por el aire, abstraída del hecho de que una porción de su país se encuentra asediada por grupúsculos de ultraderecha que indiscriminadamente atacan a los transeúntes de uno u otro bando- declarara: “… la calle es la manera pacífica que tenemos todos los venezolanos de demostrar nuestros sentimientos”(1), la otra alguna vez dijera: “Nosotros no queremos mejorar el sistema, el sistema hay que cambiarlo”(2).

No, no es nada de eso. Es por lo diametralmente opuestos de sus pensamientos, de sus motivaciones, de sus discursos y de sus acciones que estas dos damas se distancian. Ya señoras ambas una por razones de edad otra por sus responsabilidades, se alejan hasta representar la cara y el sello de una misma moneda.

Mientras una combate enconadamente contra un gobierno que le ha dado la oportunidad de estudiar gratuitamente a todo el que quiera realizar sus sueños universitarios, la otra ha atacado consecuentemente las injusticias que genera una educación excluyente y privatizada.

Una no dice nada ante la falsedad de las noticias distorsionadas que sobre su patria construyen las trasnacionales de la información acompañadas muchas de imágenes trucadas o extraídas de otras épocas, otros eventos u otras latitudes. La otra maneja la verdad y sostiene una posición nacionalista que anima la liberación de su tierra del vasallaje imperialista.

43.7% de los votantes de su circuito llevaron a una a ser su voz parlamentaria, la otra se autodenomina la expresión monocromática de sus compañeros estudiantes no sé cuánto representarán sus votos en un universo de dos y medio millones largos de estudiantes(3) que es la matrícula de los universitarios venezolanos.

Una de ellas declara: “El pueblo quiere ser protagonista de una nueva definición de lo que es la Constitución”(2), la otra proclama “… vamos a estar en la calle hasta que consigamos la justicia, la libertad y la paz, que se haga cumplir la constitución”(4) mientras con todas sus fuerzas combate esa Constitución que le ha otorgado mucho más poder al pueblo, cosa que les enerva y aumenta su desagrado.

En definitiva el camino es largo entre una y otra chica… descubra usted otras diferencias y entenderá por qué estos últimos días las calles de su urbanización, las avenidas por donde usted transita a diario para llegar a su trabajo, las plazas en las que antes usted plácidamente se sentaba lucen ahora como si estuviese en Bosnia, Siria, Libia, Egipto o en algún otro país de esos de primaveras coloridas.

Por cierto nuestra primavera sería de color naranja.

jueves, 13 de febrero de 2014

Los Tres Chiflados

Los Tres Chiflados ya no son graciosos, pero las televisoras privadas no dejan de transmitir una y otra vez sus capítulos repetidos. Larry, Curly y Moe no cesan de pensar en golpes, no dejan de apostar al alboroto, a los insultos y al motín.

Estos personajes cómicos no deberían pasar de ser risibles pero desde el gobierno les dan oxigeno y los promocionan como “la trilogía del mal”.

Por ser chistositos Los Tres Chiflados no dejan de tener cierta popularidad. Entre los viejos porque estos anhelan volver a los tiempos ya idos de la Cuarta República y entre los jóvenes porque al no conocer de historia les distrae ver seres humanos de comportamiento similar al de Goku, Vegueta o Naruto.

Los Tres Chiflados no dejan de meterse zancadillas entre ellos mismos, pero esto es artificial, es una parodia hollywoodense, una estrategia para hacer caer a los incautos. Hermanos de cofradía, con la sangre infectada de Tradición Familia y Propiedad, el trío interpreta un juego de roles con la esperanza de proteger su mejor activo. Moe que es su “líder natural” o al menos el mejor publicitado, será atacado de vez en cuando por Curly que, con sus ojos desorbitados, viaja por todo el país tratando inútilmente de caldear los ánimos, eso hace parecer al primero como un angelical pacificador casco azul, mientras que eventualmente Larry en su versión femenina -así tenga que limpiarse más de mil veces las mejillas después de recibir el pringue beso de alguno que otro igualado-, se beneficiará esparciendo su virulencia libremente por los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía, mientras Moe hilvana un discurso de harmonía, full de concordia, unión e hipocresía.

The Tree Stooges como seguramente prefieren que se les nombre a Los Tres Chiflados, con sus llamados “a drenar la arrechera” y con sus berrinches, traen como consecuencia que se enciendan focos aislados en algunas ciudades interioranas en donde indefectiblemente surgen pérdidas materiales, heridos y ahora muertos de los cuales ni Larry ni Curly ni Moe se hacen responsables.

El talento de Los Tres Chiflados ha sido explotado por potencias extranjeras para intentar soliviantar los ánimos con la misma fórmula que les ha dado buenos resultados en otras naciones, como en Libia una de sus últimas presentaciones. Sin embargo, el poco disimulo con el que Moe, Larry y Curly generan las situaciones de conflicto hacen sospechar a la gente sobre la sinceridad de sus actuaciones.

Este vaudeville oposicionista que interpretan Los Tres Chiflados logra convencer a los que están tan disociados que no se dan cuenta de lo artificial de sus telones de fondo ni discriminan en lo burdo de la utilería ni se fijan que todo es un remake de lo ocurrido los dolorosos 12 y 13 de abril de 2002, no obstante a la mayoría de los venezolanos la debilidad del libreto y la falsedad del montaje les hace explotar un deja vú, les origina un regusto tan amargo en la conciencia que, no hay nada que el hipotálamo pueda edulcorar de estos recuerdos.

Junto a Los Tres Chiflados actúan otros cómicos nacionales e internacionales que aparecen y desaparecen de escena dependiendo de las necesidades del libreto, algunos de ellos conocieron la fama y la popularidad en otras épocas, pero ahora resultan caricaturas que se niegan a desaparecer de las luminarias.

Estos muchachos -Los Tres Chiflados- saben de golpes pero también saben cómo caerse, es su especialidad, ya se han caído bastante pero insisten, por supuesto para las escenas más peligrosas cuentan con dobles que realizan el trabajo sucio o comprometedor y en un cambio de cámara reaparecen ellos en escena para declarar, para llevarse los encabezados, los grandes titulares de la prensa que los adora.

La comicidad de Los Tres Chiflados basada en la violencia, en darle patadas por sus partes bajas al oponente, por picarle los ojos con los dedos al otro y en pegarle martillazos por la cabeza a su contrincante ya está pasado de moda.

Aunque a The Tree Stooges los llamen Los Tres Chiflados en castellano, la traducción de stooges realmente significa títeres o peleles… por algo será que les cae tan bien el sobrenombre.