¡Qué tiempos aquellos, los de la Coordinadora Simón Bolívar!, el 23 de Enero era en ese entonces más que una parroquia un pueblo del oeste, sin ley y sin alguacil. No era nada fácil vivir en esas tierras. Lidiar con la falta de agua, sorteando montañas de basura, esquivando las gargantas abiertas en las esquinas por la falta de alcantarillas, evitando las troneras de las calles, eludiendo obstáculos por las aceras carcomidas, escapando de las balas.
Dentro del monstruo, en las entrañas de los súperbloques, sus humildes habitantes debían batallar a diario con la falta de ascensores -descompuestos desde hacía ya muchos años-, luchar contra la ausencia de luz en los pasillos -porque se rompían, se quemaban o se robaban los bombillos-, bregar con el pago de peaje para poder subir por las escaleras, siendo asaltados por carajitos con el cerebro fundido de tanto meterse bazuco.
Delincuencia sonaba como una palabra hueca, vacía de sentido después de mirar el 23 de Enero a través de los ojos de los noticieros.
Muchachos con cara de barrio devenidos en malhechores, vendedores de droga a los que no alcanza la ley, prostitutas de edad mínima, niños probando su dureza a punta de pistola, borrachos durmiendo la mona en una acera curtida, pringada de grasa de motor. Estos rostros podrían haber sido de vecinos, hijos, hermanos, o madres de cualquiera de los sufridos moradores de la efímera y pérezjimenista Urbanización 2 de Diciembre.
Esa fue la realidad del 23 de Enero hasta la aparición de los Tupamaros. ¡Ya no más!
Dentro del monstruo, en las entrañas de los súperbloques, sus humildes habitantes debían batallar a diario con la falta de ascensores -descompuestos desde hacía ya muchos años-, luchar contra la ausencia de luz en los pasillos -porque se rompían, se quemaban o se robaban los bombillos-, bregar con el pago de peaje para poder subir por las escaleras, siendo asaltados por carajitos con el cerebro fundido de tanto meterse bazuco.
Delincuencia sonaba como una palabra hueca, vacía de sentido después de mirar el 23 de Enero a través de los ojos de los noticieros.
Muchachos con cara de barrio devenidos en malhechores, vendedores de droga a los que no alcanza la ley, prostitutas de edad mínima, niños probando su dureza a punta de pistola, borrachos durmiendo la mona en una acera curtida, pringada de grasa de motor. Estos rostros podrían haber sido de vecinos, hijos, hermanos, o madres de cualquiera de los sufridos moradores de la efímera y pérezjimenista Urbanización 2 de Diciembre.
Esa fue la realidad del 23 de Enero hasta la aparición de los Tupamaros. ¡Ya no más!
Los miles de hombres, mujeres y niños que, desde muy temprano por la mañana, abandonan los megabloques para ir a engrosar las enormes colas que se hacen frente a las paradas de autobús, para instantes después desaparecer bajo tierra en las entrañas del metro, podían estar tranquilos.
El accionar Tupamaro dio la oportunidad a los vecinos de apropiarse de sus espacios, de recuperar las zonas destinadas inicialmente al esparcimiento ciudadano, a la recreación de los niños, arrebatados -quién sabe en qué momento- por la delincuencia.
Especie de Llaneros Solitarios sin caballo, los Tupas acabaron con la delincuencia, con la venta y distribución de drogas, con las bandas juveniles. Ya la gente no teme salir de sus casas aún durante la noche. Gracias a estos paladines de la justicia el 23 de Enero es otra cosa.
Y así mismo pasó en Mérida -para ser exactos con la geografía-, en las Residencias Estudiantiles Br. Domingo Salazar, urbanización que gracias a la franquicia Tupamara dejó atrás su pasado delictivo para convertirse en “una tacita de plata”. Desde que aparecieron los Tupas, ya no más venta de drogas, ya no más prostitución, ya no más blimblineo… ¡cero malandraje en las Domingo!
"El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido" jugueteaba Groucho Marx con la ironía. La misma manera de pensar pero cargada de cinismo parece guiar a los “camaradas” Tupamaros guardianes autoimpuestos de las Domingo Salazar.
En la avenida que les pasa por el frente a estas residencias estudiantiles colocaron un reductor de velocidad –antes denominados policías acostados-, que es un monumento al sarcasmo. A nadie han atropellado allí, nadie ha fallecido arrollado, no hay escuelas cercanas pero ahí lo instalaron, mientras en Domingo Salazar la lista de asesinados es extensa y sin embargo no han construido una barrera segura para detener este largo inventario de homicidios no aclarados.
Los compañeritos Tupamaros se han encargado de hacer de estas residencias estudiantiles un pequeño paraíso. Su labor incluye el secuestro y posterior quema de unidades de trasporte público o propiedad de la universidad en donde dicen estudiar, la destrucción de un ambulatorio que existía dentro del conjunto (que les prestaba servicio a los estudiantes a sus hijos, a sus familiares y a los vecinos de las barriadas aledañas), el destrozo de mobiliario citadino tal como semáforos, cercas perimetrales etc., el cobro de rescate a particulares a los que previamente han despojado de sus automóviles durante las manifestaciones, el ataque a transeúntes mandando a algunos de estos derecho al hospital, la protección de las mafias de vendedores y traficantes de drogas que aprovechan el status de dependencia universitaria que le otorga autonomía a estos edificios para efectuar impunemente su despreciable negocio , y otra serie de hazañas que engloba el resguardo de proxenetas, chulos, delincuentes y prostitutas.
No todos los que viven en las Residencias estudiantiles son así, es más el porcentaje de desadaptados me atrevería a sostener que es mínimo, pero por ser tan violentos, su agresividad inhibe de actuar a los buenos del rebaño. Con un promedio de edad cercano a los 35 años y con una permanencia dentro del subsistema de educación superior que ronda los 15 años para culminar carreras que duran 6, los números demuestran el talante académico de los compañeritos que se resguardan en esta villa estudiantil amedrentando a quienes realmente desean educarse, aterrorizando a quienes se muestran reacios a permitir los desmanes que ejercen estos facinerosos contra la comunidad merideña.
Dudo que haya alguien entre los universitarios que esté de acuerdo con el homicidio, ningún ser humano en su sano juicio puede disfrutar con el asesinato de dos personas, pero quien a hierro mata no puede fallecer a sombrerazos. De los dos dirigentes Tupamaros asesinados en esa especie de vendetta desatada luego de los últimos sucesos violentos acaecidos en las afueras del Ciclo Básico Universitario de Los Chorros uno de ellos -según informaron por la prensa las autoridades policiales- además de haber sido policía en el pasado reciente, era solicitado acusado de homicidio por lo que ustedes me dirán.
El juego perverso en el que caen estos estudiantes “revolucionarios” guiados por el primitivismo de su pensamiento, le hace el juego a la derecha enquistada en la universidad venezolana y cada vez que se quiere iniciar una escalada de protestas que perjudique al gobierno, estos compañeritos en una especie de mecanismo de acción y reacción, responden a la instigación alterando el orden público con reclamos egoístas y simplones.
Mientras las protestas estudiantiles que llevan a cabo los estudiantes franceses tienen como norte el bienestar de los ancianos, la disminución del precio de los combustibles, mejoras en las pensiones de los jubilados, nuestros “desprendidos” estudiantes ensayaban la quema de camiones para que les dieran cargos fijos a un grupito de ellos que quieren ingresar a la nómina universitaria.
¿Qué es lo que piensan estos caballeritos, al colocarse una capucha y salir a quemar carros diciendo que apoyan este proceso de cambios?, sus actos -más vandálicos que reivindicativos-, atentan contra ellos mismos pues destruyen bienes de la universidad que les podrían servir para mejorar su educación, pero también afectan a la colectividad emeritense granjeándose enemistades entre los que padecen sin remedio el caos generado.
¿Será que estos grupúsculos están infiltrados por individuos que, para malponer al gobierno desatan esta vorágine de violencia absurda y descontrolada?
¿Por qué el Gobierno Regional que pareciera poseer vasos comunicantes con los cabecillas propulsores de los disturbios no interviene a favor de la paz y trata de resolver las cuitas que trasnochan a estos extraños camaradas?
Quedan en el ambiente espesas nubes de interrogantes acerca de las conductas asumidas por unos y por otros ante estos inquietantes espectáculos, por el gobierno regional, por las fuerzas del orden publico de este estado, por las autoridades universitarias, por los dirigentes estudiantiles que dicen estar de este lado, surge un coctel de preguntas que se extiende como un manto.
No queremos que ese manto cumpla el papel de mortaja. A los camaradas aludidos que sentados debajo del árbol de las tres raíces descansan luego de sus gloriosas jornadas, a los que como que no les gusta mucho escuchar lo que pensamos del conflicto los sufridos ciudadanos, les conminamos: siéntense reposados a hilvanar en cuatro líneas y con una pizca de sindéresis el por qué de su andar atravesado.
Cuando logren explicar el leitmotiv de sus andanzas dejarán de ser vistos como amistades peligrosas.
“Quiero creer que la gente tiene un instinto por la libertad, que quieren controlar sus vidas de verdad. No quieren que les presionen, que les manden, que les opriman, etc., y quieren una oportunidad para hacer cosas que tengan sentido. No sé cómo probar esto. En realidad es más una esperanza de que las personas son así, de que si las estructuras sociales cambian lo suficiente, esos aspectos de la naturaleza humana saldrán a la luz” eso lo dijo Noam Chomsky. Que malo que el ruido de los morteros, de las bombas lacrimógenas, de las ráfagas de disparos, de los insultos, de los improperios, de las acusaciones mutuas hasta ahora no nos hayan dejado escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario