La ciudad de Mérida -a Santiago
de los Caballeros de Mérida me refiero-, es larga como una serpiente que se
desliza a través de las estribaciones de la Cordillera de los Andes, entre la Sierra
Nevada su ramal suroriental y la Sierra de La Culata al noroccidente. Es tan delgada
la ciudad que sólo tres grandes avenidas tienen la posibilidad de surcarla, casi
en su totalidad. Estas importantes vías son las avenidas: Los Próceres, Las
Américas y Andrés Bello. Las dos primeras irremediablemente perdidas en el
tremedal de la necedad opositora. La otra ahí ahí.
Un poquito más de un cuarto de
millón de personas se apiñan en este estrecho valle bordeado por el río Chama y
atravesado a lo largo justo a la mitad por el río Albarregas, en donde el resto
de Venezuela anhela habitar.
Vivir en Mérida sin dudas fue
un privilegio desde su fundación hasta febrero de este año. Una orografía
complaciente, un clima excepcional, un paisaje extraordinario, un ambiente
intelectual, le otorgaban a la ciudad una condición cosmopolita dentro de las
limitaciones propias de su reducido espacio geográfico. Las manifestaciones o
protestas estudiantiles junto con los Chorros de Milla y el teleférico eran sus
atractivos principales. Nada les espantaba el sueño ni a propios ni a extraños.
La ciudad asentó su núcleo sobre
la zona más plana de la meseta del Chama y si por el norte frenaban su
crecimiento las faldas de la montaña, su confín sur -hasta mediados del siglo
pasado- no excedía mucho más allá de la famosa plaza Glorias Patrias. Las fincas
y haciendas de las familias adineradas merideñas se extendían de allí hacia
abajo hasta donde alcanzara la mirada.
Con el desarrollo y el
crecimiento citadino la urbanización necesaria fue echando mano de estos
terrenos al sur de Glorias Patrias y los “Amos del Valle” emeritense hicieron
grandes inversiones sobre el eje vial de ese territorio que es sin dudas la
avenida André Bello. Surgieron así a su vera grandes centros comerciales y
clínicas, el exclusivo Country Club, las urbanizaciones de la que se
autodenomina “clase media alta” etc. Todas las grandes concesionarias de automóviles
con sus inmensa fachadas acristaladas también se encuentran sobre la avenida
Andrés Bello y a pesar de que allí se concentra los más furibundo de la
oposición, en sus guarimbeos han quemado unidades del transporte público si,
han destruido el mobiliario urbano, han vuelto leña las paradas del trolebús,
le han sacado la piedra a los choferes que por necesidad transitan por la zona,
le han roto algún vidrio o le han abollado la carrocería a alguno que otro carro,
pero jamás en los ya casi dos meses de conflicto y de protesta artificial le
han tirado ni una sola piedra a los prístinos ventanales de uno de estos
centros comerciales o de estas ventas de autos, ¿raro no?.
Mientras tanto y como lo
referí al principio del texto, las avenidas Las Américas y Los Próceres,
permanecen clausuradas. Pero no al azar no, sino quirúrgicamente ubicadas.
Es bien sabido que los ricos
quieren incrementar incesantemente su patrimonio y también se conoce que no hay
ricos menos dados a arriesgar su capital que los venezolanos. Siempre la clase
pudiente vernácula ha acudido para sus emprendimientos a reclutar los ahorros
de los aspirantes a “salir de abajo”, el dinero de los arribistas y sobre todo a
los fondos del Estado venezolano.
Sobre los ejes viales de las
avenidas Las Américas y Los Próceres una nueva casta de inversores se ha aposentado.
Han surgido nuevos centros comerciales, se han establecido cadenas de comida
rápida de origen criollo o de capital internacional y sobre todo se
construyeron complejos habitacionales para digamos gente humilde que, con
sacrificio y esfuerzo veían como un cambio de status el mudarse hacia esos
lugares. Los locales de estos nuevos centros comerciales florecieron en negocios
de personas que arriesgando su propia hacienda, abrieron desde una pequeña
tienda hasta una franquicia, desde un tarantín de bisutería hasta una venta de
fritangas.
Una manera de depreciar el
valor de las propiedades es marginalizando su entorno y eso se logra pues
dejando que proliferen las ventas de alcohol, los garitos, el tráfico de drogas
etc., cosa que conviertan en un ghuetto el hábitat urbanizado y de esta manera
los inmuebles mantengan o disminuyan su valor y permanezcan disponibles baratos
para ponerles la mano. Así sucede en los barrios, así ocurre en las zonas
marginales. Muy rara vez usted verá que en una urbanización de la clase alta
dejen establecer alguno de estos locales. Tal vez alguna familia de abolengo
venida a menos haya tenido que dejar el orgullo a un lado y permita que una de
sus hijas o alguno de sus muchachos les instale un restaurant en la sala de su
casa… ¡Eso sí, en este caso el comedero será de degustación, los platillos preparados
por un chef de fusión con entrenamiento previo en Francia y pasantías en Dubai
y sobre sus manteles se servirá comida molecular, nada más faltaba!.
Los habitantes de la Mérida
engañada han marginalizado los terrenos de la vertiente occidental del río
Albarregas paraje conocido como “La Otra Banda”. Sus guarimbas quirúrgicamente establecidas
los mantienen enclaustrados, aislados del resto de la ciudad que vive su vida
como si nada.
Algún poder oculto tras bastidores
ha planificado la colocación de las barricadas en el medio y al final de Las
Américas, en el centro y en la culminación de Los Próceres, de tal manera que
los pequeños emprendedores que arriesgaron sus capitales invirtiendo en los
nuevos “Malls” actualmente se encuentren quebrados, a merced de los
constructores de esas catedrales del consumo que no es de dudar, sean propiedad
de los mismos “Amos del Valle”, que encima de que les cobran alquileres exorbitantes,
les exigen pagar altas cuotas por concepto de condominio y otros servicios
especiales. Los dueños de apartamentos en esta zona ya colocan en sus balcones
y ventanas avisos en donde especifican a gritos: “Cambio hermoso apartamento en
la Av. Las Américas por cualquier ranchito vía El Chama”.
Acudiendo al terror
mantienen ciega de miedo traducido en odio a los que se quedaron del lado
adentro de la guarimba. Convencieron a estos temerosos ciudadanos de que los “colectivos”
o las hordas de tupamaros les iban a invadir sus propiedades y estos gentiles imbéciles
contrataron a una serie de delincuentes para que los resguardaran. Ahora aleatoriamente
a cualquier hora de la noche estos mercenarios lanzan morteros o disparan al
aire mientras vociferan como si de una moderna versión de Pedro y el Lobo se
tratara: ¡Vienen los tupamaros!, ¡Vienen los tupamaros!. A la mañana siguiente
pasan por los apartamentos solicitando “una colaboración” para fortalecer las
barricadas por si vuelven los hipotéticos motorizados.
Como si de las piezas de un
tablero de ajedrez se tratara, la burguesía vuelve a jugar con la ingenuidad y
la ignorancia de la gente. Por mucho que nuestra flamante “clase media” se las
dé de ilustrada su analfabetismo político, su falta de conciencia de clase, les
hace cometer errores que los frustran y los desamparan.
Hoy al igual que ayer su desconocimiento
de las variables económicas y su candidez política les convierten en presas
fáciles del juego subterráneo con que se mueve el mercado. Jamás se lo han
planteado así pues su soberbia se los impide pero, ellos siguen siendo esclavos
de los Amos del Valle.