I
Ciertamente
el actual alcalde de Mérida resultó ser un inútil con suerte. Al parecer toda
su vida lo ha sido pero nadie lo ha notado, al menos no los que votan por él. Presidente
de la Asociación de Profesores, Secretario y Rector de la Universidad de Los
Andes por obra y gracias de las alianzas AD-COPEI, pasó sin pena ni gloria
gestión tras gestión, consolidando pactos acuerdos y convenios que le
garantizaran que la fortuna estuviese de su parte en el siguiente paso. Ningún
movimiento lo efectuó al azar. Planificó no su gestión, no su accionar de
funcionario público, centró sus esfuerzos en fabricar la hoja de ruta de su
proyección personal.
Moviéndose
sobre un fondo gris, catapultó su carrera política extrauniversitaria gracias a
la polarización existente en el ámbito nacional.
Debido
a lo imponente que resultaba la figura de Hugo Chávez con su magnetismo
indiscutible, el dipolo resultante bastó para convertir en atrayente a
cualquier ser viviente que se perfilara como “líder” opositor, así este fuese
de taxonomía dudosa. Y este polo negativo sobre el cual se aglutinaron los
votos de quienes adversaban a Chávez -y que irracionalmente sufragaron por el
primero que se les puso en frente-, terminó por convertirlo en el flamante
alcalde de todos los merideños que lo padecimos todos estos años.
II
El uso
de slogans como elemento persuasivo es, en esta época, eficaz y necesario. La
diversificación de los medios, la expansión de las telecomunicaciones, el
incremento en el número de usuarios, la accesibilidad, utilización y manejo de
los mismos por parte de los interesados, han dado como resultado la necesidad
de condensar los mensajes y la pauta parece ser la parquedad de los mismos.
El
político -asesorado por su equipo de campaña-, utiliza entonces un slogan que sintetice
su propuesta, una frase que se ancle a la psique del elector y que en una
asociación pavloviana identifique el producto-candidato con el lema-promesa.
Este
condicionamiento clásico se inserta con toda facilidad en las diversas
presentaciones disponibles de las redes sociales y, tocando las fibras más
primitivas del hipocampo votante, convoca o bien a drenar la arrechera quemando
hospitales y asesinando chavistas o bien al sufragio por el inepto más cercano
a su corazoncito opositor.
El lema
entonces se convierte para bien o para mal, en la marca personal del candidato.
Una frase creativa sustituye la ausencia de contenido. Una expresión fortuita
se transforma en un signo comunicacionalmente esencial para presentar al
individuo. Este slogan permite condensar toda la oferta política en una escueta
información propagandística.
III
Ejemplos
a lo largo de la historia hay muchos y hay algunos que incluso se han vuelto
herencia universal. Yo pronuncio “I have a dream” y usted sabe de una quien lo
dijo. “Ese hombre si camina…”, “Democracia con energía”, “Gracias a ti”, “¡Correcto!”,
“¿Con quién estás tú compañero?”, hasta un silbido particular emitido por un
pitico llegó a identificar a un candidato. Chelique Sarabia era un genio en
esto de los avatares. “El cambio va”, “Luís Herrera arregla esto”, “¿Y dónde
están los reales?”. “Por Ahora…”, “¡Vamos con todo!”, “Por amor”.
El lema
subsiste incluso a la campaña y todos recuerdan el éxito o el fracaso del
individuo aferrado a la frase publicitaria.
La
palabra slogan parece que proviene del escocés gaélico “sluagh ghairm” que se
pronuncia simplemente “slogorm” y que se traduce como: “grito de batalla”.
A la
guerra se va con un grito y esta exclamación intenta interpretar el clamor de
una comunidad.
IV
Pero a
veces es al revés y una frase se apropia del alma de un personero público y lo
cubre como una gris y pesada lápida.
Es así
como al alcalde de Mérida y a su infausta gestión lo identifica la raya.
El
mismo se lo buscó. Entre las pocas cosas que ha realizado destacan la instalación
de un semáforo cercano al terminal de pasajeros que genera congestionamientos
hasta fuera de las horas pico y que ha ocasionado una elevación importante de
las cifras de colisiones vehiculares y la colocación de unos rayados reductores
de velocidad donde a él o alguno de los genios de su equipo asesor les ha
salido de debajo del forro de las mangas.
Es así
como, de las pocas avenidas con las que cuenta la ciudad de Mérida, sobre la
avenida Los Próceres por mencionar un solo ejemplo, han proliferado como si de
hongos se tratara los famosos reductores de velocidad, eufemismo con el que se
suaviza su verdadero espíritu: destructores de vehículos a cualquier velocidad.
Me
imagino que el alcalde en conversación con los dueños de talleres y de expendedores
de autopartes llegó a un acuerdo sensato “Ustedes me dan los materiales, yo
pongo los obreros de la alcaldía para que instalen los reductores y vamos a
medias con las ganancias, de ahí saco para financiar mi próxima campaña”. Algo
así debe haber sido, pues el sadismo con el que fueron instalados los dichosos gendarmes
dormilones estos, no deja otra opción al pensamiento.
Los más
notorios de estos bichos se encuentran alrededor de una venta clandestina de
especies alcohólicas que todo el mundo conoce y enfrente de la cual ocurren
feroces accidentes, puesto que está harto demostrado que volante y alcohol son
una mala mezcla.
Pero a
nuestro flamante alcalde copeyano de origen y amante del capitalismo salvaje,
no se le ocurrió en ningún momento eliminar la venta de licores ¡No!, ¿Cómo iba
a impedir el libre emprendimiento?, que se jodan todos los ciudadanos pero
“¡Con mis comerciantes no te metas!”.
Ahora
la raya lo identifica. La gestión del alcalde saliente de Mérida es una raya y
entre los miembros de su cebruno equipo se encuentran el que ahora aspira a ser
electo burgomaestre por el sector oposicionista y a muchos de los que, como
integrantes cercanos de su eventual equipo de gobierno lo acompañan.
Espero
que cuando vayan a votar y pasen por cada uno de estos reductores de velocidad
cada uno de los electores recuerde que esa no fue obra del gobierno de Chávez o
del de Maduro si no producto de una mala gestión municipal de un funcionario
que eligieron más por ser opositor que por haber demostrado eficiencia en
alguna de las tareas que le había tocado ejecutar.
“Yes,
we can”.
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