lunes, 30 de diciembre de 2013

La Guerra de los Mundos

Es de imaginarse a un locutor gordito y sudoroso, de naciente calvicie e incipiente papada entrando cagado de la risa y relamiéndose los labios, a las instalaciones de Ejidense 91.5 FM. El tipejo en cuestión se hizo un panorama jocoso para pasar el resto del Día de los Inocentes echando el cuento mientras preparaba un sancocho y se tomaba unas cervecitas con el resto de sus amigos bajo la sombra de una gran mata de mangos y armaban la tradicional partida de dominó.

No era nada nuevo lo que iba a intentar pero, sería muy gracioso para él y sus compinches el asomarse a la calle y ver las largas colas de personas que se harían de un momento a otro mientras las esperanzas de encontrar leche en polvo y papel sanitario en la Venezuela de la Guerra Económica se agotaban para darle paso de inmediato a la desazón y la ira (productos estos últimos que sí se consiguen y a granel en todas nuestras ciudades).

El locutor de marras emulando a Orson Welles quiso hacer setentaicinco años después, una gracia de Día de los Inocentes y ya que la emisora de radio en donde trabaja queda cerca de un módulo policial, no se le ocurrió otra cosa que transmitir en tono de noticia un “comunicado” en el cual se informaba acerca de la supuesta detención de una gandola cuyo cargamento consistía nada más y nada menos que en leche y papel higiénico, indicando además que dichos productos serían vendidos en la estación policial del sector El Porvenir, de la ciudad de Ejido, del Municipio Campo Elías, estado Mérida. Esta sería una nueva versión, “su adaptación” de La Guerra de los Mundos.

Pero al contrario de Orson Welles, el chistoso locutor jamás advirtió a su audiencia acerca de la falsedad de los hechos que perifonearía como parte de una broma en el Día de los Inocentes. Y al no existir ninguna observación respecto a la inverosimilitud de lo difundido, las personas incautas se acercaron hasta la dirección indicada y como ya se ha hecho costumbre, de la nada surgió una fila interminable de individuos de todas las edades que, bajo un sol inclemente esperaron pacientes a que comenzara la venta de los productos anunciados.

Hacer colas para comprar alimentos es un asunto básicamente de personas mayores y de mujeres, al menos es a quienes mayoritariamente se observan unas tras otras apostadas detrás de una esperanza con forma de rumor. No es raro entonces ver como se desvanecen como si se tratara de pajaritos a algunos cuantos jubilados victimas de golpes de calor o de las arrecheras que agarran con los muchachos falta e’ respeto que se colean en sus narices, no es extraño encontrar tiradas en el piso con las rodillas como las del Nazareno de Achaguas a  unas cuantas damas que se resisten al arrebatón y son arrastradas por el delincuente hasta que logran desprenderlas de sus pertenencias, llámense estas bolsos, carteras o bolsas con las compras previamente realizadas.

Estas hileras de personas son un tanto tragicómicas, generalmente comienzan no por “generación espontánea” sino por la “fuga” de algún tipo de información. Frecuentemente es un amigo cuñado de la tipa que trabaja en tal sitio que es la esposa de Fulano que es el chofer de Sutano que es un “chivo” -un tipo pesado de tal Ministerio- el origen del rumor que, una vez se filtra termina en poblada deprimida y rabiosa. Surge entonces así pero, en lo que las personas ven a más de tres individuos recostados de cualquier pared cercana a la puerta de X comercio, se incorporan a la fila y activan todas las redes sociales a su alcance y habilidad tecnológica y con estas se acciona la “viveza criolla”. Muchos de los que se colocan en estas hileras son “profesionales de las colas”. Ellos tienen su propia organización, manejan códigos y jerarquías propios, se colean, meten en la formación a todas las generaciones de su familia que sean capaces de cargar con un paquete de harina de maíz o un pote de leche. Y no lo hacen porque su parentela sea numerosa o porque su vida dependa de la ingesta de los productos señalados… no! lo hacen por el crematístico impulso de salir de allí a montar un tarantín en cualquier avenida y revender la mercancía adquirida a 10, 20, 100 veces su valor original.

Estas ventas informales de productos de primera necesidad se encuentran en las principales vías de circulación de cualquier ciudad que usted escoja, en los mercados, en las aceras. Venden con sobreprecio los productos que se supone sólo distribuye el Estado a través de Mercales, Mercalitos, PDVales o de la red de abastos Bicentenario. Los productos que se suponen inexistentes, esos casualmente son los que estos grandes carajos trafican sin recato. Estos buhoneros de la necesidad, lo hacen al parecer bajo la vista gorda de los representantes del orden público que, los observan silbandito como el famoso policía de Valera. Lo hacen en las narices del cacareado “Poder Popular”. Ejercen su labor con tanta impunidad que no queda otra que preguntarse: ¿Para qué carajos sirven los “Consejos Comunales”?, ¿En dónde coños se encuentra el “Pueblo Organizado”?, ¿Qué está pasando con el “Poder Popular”?

Sirven las instituciones en esta Venezuela, la de la guerra económica entonces, para alcahuetear a otra estirpe de hambreadores de la población que surgen con el mismo modo de pensar que el de los grandes empresarios, “¡Exprimirle los bolsillos al Pueblo!”. Esta es la nueva versión de La Guerra de los Mundos, la del “mundo” capitalista contra la del “mundo” socialista, la batalla entre los que priorizan la acumulación de capital en las manos de unos pocos y los que ponen por delante el bienestar de la sociedad en su conjunto como preeminencia. La Guerra de los Mundos se libra entonces entre la usura y la felicidad social.

Orson Welles advirtió no una, sino tres veces durante su transmisión acerca de la falsedad de lo radiado, mencionó que esa era una adaptación de la obra de H. G. Wells “La Guerra de los Mundos”, este señor locutor de Ejido sólo pidió disculpas cuando la poblada cercó las instalaciones de la emisora desde la cual transmitía con impunidad sus mentiras -amenazando con tomar la justicia en sus manos y linchar al bromista-, pero lo hizo no en plan de arrepentimiento, agregó desafiante detrás de la seguridad que ofrecía la presencia de un cordón policial que “eso demostraba la buena receptividad de los radioescuchas”(1).

Sin embargo, lo más probable es que a este señor locutor como a los vendedores de leche en las aceras, la ley no lo alcance, que sea otro guarismo de la impunidad. Y todo porque partimos de principios errados, decimos que la mayoría de los comerciantes es honesta cuando en los últimos tiempos se ha demostrado todo lo contrario, pensamos que la gente que se arremolina frente a los abastos lo hace por necesidad aunque si el CICPC o cualquiera de los organismos de seguridad del Estado se tomara la molestia de examinar los videos de seguridad de estos comercios encontraría que las caras de las mismas personas se repiten y se repiten una y otra vez quitándole oportunidad a otros ciudadanos de adquirir los productos de primera necesidad. Ponemos por delante del derecho a la alimentación del pueblo el derecho al trabajo del malandrín que se apropia del trozo de acera para colocar su tarantín. Presumimos la inocencia de los “comunicadores sociales” engañándonos a nosotros mismos pretendiendo que estos últimos no responden a los intereses de quienes los emplean.

Un Estado serio no dejaría tantos resquicios por donde se filtra la corrupción. Un Gobierno serio habría arreciado la Ofensiva Económica en tiempos de franca  y “tradicional” especulación como lo son las navidades. Unos funcionarios serios sabrían que todas las tiendas, por más pequeñas que estas sean, tienen depósitos en donde guardan cantidades importantes de mercancías que, al finalizar la inspección colocan con sobreprecio en sus estanterías burlando al Estado y a sus representantes que de alguna manera tratan de controlarlos. Un pueblo serio dejaría la complacencia con los especuladores que en las bodegas del barrio, en los puestos de buhoneros y otras formas de economía informal, les venden los productos con valor especulativo.

¡Sigan entonces cayendo por inocentes!


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