Es de imaginarse a un locutor gordito y sudoroso, de
naciente calvicie e incipiente papada entrando cagado de la risa y relamiéndose
los labios, a las instalaciones de Ejidense 91.5 FM. El tipejo en cuestión se
hizo un panorama jocoso para pasar el resto del Día de los Inocentes echando el
cuento mientras preparaba un sancocho y se tomaba unas cervecitas con el resto
de sus amigos bajo la sombra de una gran mata de mangos y armaban la tradicional
partida de dominó.
No era nada nuevo lo que iba a intentar pero, sería
muy gracioso para él y sus compinches el asomarse a la calle y ver las largas
colas de personas que se harían de un momento a otro mientras las esperanzas de
encontrar leche en polvo y papel sanitario en la Venezuela de la Guerra
Económica se agotaban para darle paso de inmediato a la desazón y la ira (productos
estos últimos que sí se consiguen y a granel en todas nuestras ciudades).
El locutor de marras emulando a Orson Welles quiso
hacer setentaicinco años después, una gracia de Día de los Inocentes y ya que
la emisora de radio en donde trabaja queda cerca de un módulo policial, no se
le ocurrió otra cosa que transmitir en tono de noticia un “comunicado” en el
cual se informaba acerca de la supuesta detención de una gandola cuyo cargamento
consistía nada más y nada menos que en leche y papel higiénico, indicando
además que dichos productos serían vendidos en la estación policial del sector
El Porvenir, de la ciudad de Ejido, del Municipio Campo Elías, estado Mérida. Esta
sería una nueva versión, “su adaptación” de La Guerra de los Mundos.
Pero al contrario de Orson Welles, el chistoso
locutor jamás advirtió a su audiencia acerca de la falsedad de los hechos que
perifonearía como parte de una broma en el Día de los Inocentes. Y al no
existir ninguna observación respecto a la inverosimilitud de lo difundido, las
personas incautas se acercaron hasta la dirección indicada y como ya se ha
hecho costumbre, de la nada surgió una fila interminable de individuos de todas
las edades que, bajo un sol inclemente esperaron pacientes a que comenzara la
venta de los productos anunciados.
Hacer colas para comprar alimentos es un asunto
básicamente de personas mayores y de mujeres, al menos es a quienes
mayoritariamente se observan unas tras otras apostadas detrás de una esperanza
con forma de rumor. No es raro entonces ver como se desvanecen como si se
tratara de pajaritos a algunos cuantos jubilados victimas de golpes de calor o
de las arrecheras que agarran con los muchachos falta e’ respeto que se colean
en sus narices, no es extraño encontrar tiradas en el piso con las rodillas
como las del Nazareno de Achaguas a unas
cuantas damas que se resisten al arrebatón y son arrastradas por el delincuente
hasta que logran desprenderlas de sus pertenencias, llámense estas bolsos,
carteras o bolsas con las compras previamente realizadas.
Estas hileras de personas son un tanto tragicómicas,
generalmente comienzan no por “generación espontánea” sino por la “fuga” de
algún tipo de información. Frecuentemente es un amigo cuñado de la tipa que
trabaja en tal sitio que es la esposa de Fulano que es el chofer de Sutano que
es un “chivo” -un tipo pesado de tal Ministerio- el origen del rumor que, una
vez se filtra termina en poblada deprimida y rabiosa. Surge entonces así pero, en
lo que las personas ven a más de tres individuos recostados de cualquier pared
cercana a la puerta de X comercio, se incorporan a la fila y activan todas las
redes sociales a su alcance y habilidad tecnológica y con estas se acciona la
“viveza criolla”. Muchos de los que se colocan en estas hileras son “profesionales
de las colas”. Ellos tienen su propia organización, manejan códigos y
jerarquías propios, se colean, meten en la formación a todas las generaciones
de su familia que sean capaces de cargar con un paquete de harina de maíz o un
pote de leche. Y no lo hacen porque su parentela sea numerosa o porque su vida
dependa de la ingesta de los productos señalados… no! lo hacen por el
crematístico impulso de salir de allí a montar un tarantín en cualquier avenida
y revender la mercancía adquirida a 10, 20, 100 veces su valor original.
Estas ventas informales de productos de primera
necesidad se encuentran en las principales vías de circulación de cualquier
ciudad que usted escoja, en los mercados, en las aceras. Venden con sobreprecio
los productos que se supone sólo distribuye el Estado a través de Mercales, Mercalitos,
PDVales o de la red de abastos Bicentenario. Los productos que se suponen inexistentes,
esos casualmente son los que estos grandes carajos trafican sin recato. Estos
buhoneros de la necesidad, lo hacen al parecer bajo la vista gorda de los
representantes del orden público que, los observan silbandito como el famoso
policía de Valera. Lo hacen en las narices del cacareado “Poder Popular”.
Ejercen su labor con tanta impunidad que no queda otra que preguntarse: ¿Para
qué carajos sirven los “Consejos Comunales”?, ¿En dónde coños se encuentra el
“Pueblo Organizado”?, ¿Qué está pasando con el “Poder Popular”?
Sirven las instituciones en esta Venezuela, la de la
guerra económica entonces, para alcahuetear a otra estirpe de hambreadores de la
población que surgen con el mismo modo de pensar que el de los grandes
empresarios, “¡Exprimirle los bolsillos al Pueblo!”. Esta es la nueva versión
de La Guerra de los Mundos, la del “mundo” capitalista contra la del “mundo”
socialista, la batalla entre los que priorizan la acumulación de capital en las
manos de unos pocos y los que ponen por delante el bienestar de la sociedad en
su conjunto como preeminencia. La Guerra de los Mundos se libra entonces entre
la usura y la felicidad social.
Orson Welles advirtió no una, sino tres veces
durante su transmisión acerca de la falsedad de lo radiado, mencionó que esa
era una adaptación de la obra de H. G. Wells “La Guerra de los Mundos”, este
señor locutor de Ejido sólo pidió disculpas cuando la poblada cercó las
instalaciones de la emisora desde la cual transmitía con impunidad sus mentiras
-amenazando con tomar la justicia en sus manos y linchar al bromista-, pero lo
hizo no en plan de arrepentimiento, agregó desafiante detrás de la seguridad
que ofrecía la presencia de un cordón policial que “eso demostraba la buena
receptividad de los radioescuchas”(1).
Sin embargo, lo más probable es que a este señor locutor
como a los vendedores de leche en las aceras, la ley no lo alcance, que sea
otro guarismo de la impunidad. Y todo porque partimos de principios errados,
decimos que la mayoría de los comerciantes es honesta cuando en los últimos
tiempos se ha demostrado todo lo contrario, pensamos que la gente que se
arremolina frente a los abastos lo hace por necesidad aunque si el CICPC o
cualquiera de los organismos de seguridad del Estado se tomara la molestia de
examinar los videos de seguridad de estos comercios encontraría que las caras
de las mismas personas se repiten y se repiten una y otra vez quitándole
oportunidad a otros ciudadanos de adquirir los productos de primera necesidad.
Ponemos por delante del derecho a la alimentación del pueblo el derecho al
trabajo del malandrín que se apropia del trozo de acera para colocar su
tarantín. Presumimos la inocencia de los “comunicadores sociales” engañándonos
a nosotros mismos pretendiendo que estos últimos no responden a los intereses
de quienes los emplean.
Un Estado serio no dejaría tantos resquicios por
donde se filtra la corrupción. Un Gobierno serio habría arreciado la Ofensiva Económica
en tiempos de franca y “tradicional” especulación
como lo son las navidades. Unos funcionarios serios sabrían que todas las
tiendas, por más pequeñas que estas sean, tienen depósitos en donde guardan
cantidades importantes de mercancías que, al finalizar la inspección colocan
con sobreprecio en sus estanterías burlando al Estado y a sus representantes
que de alguna manera tratan de controlarlos. Un pueblo serio dejaría la
complacencia con los especuladores que en las bodegas del barrio, en los
puestos de buhoneros y otras formas de economía informal, les venden los
productos con valor especulativo.
¡Sigan entonces cayendo por inocentes!
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