No es que el semblante vetusto
y vociferante de una se encuentre plantado en las antípodas de la lozanía
primaveral anidada en la faz de la otra, ni es que la voz de trueno con acento
de 5-dihidrotestosterona de la nuestra antagonice con el cantadito campesino y atiplado
de la Camila lejana.
No es que el hirsutismo
rasurado de esta altere su fisonomía alejándola del bozo amelocotonado de aquella,
no. Ni es que la postura belicosa y pendenciera de una disienta del porte aguerrido
y batallador de la otra, que al final ambos procederes beligerantes les otorgan
un aura bravía a ambas.
No es porque una resulte al
parecer la más longeva de las dirigentes estudiantiles de las que se haya
tenido noticia entre las mujeres matriculadas en nuestras universidades y la
otra haya sido catalogada como la diputada más joven electa a sus veinticinco
años como parlamentaria.
No es que nuestra
alambicada señorita -hasta donde sabemos soltera y sin hijos-, haya malgastado
su juventud estudiando una carrera de la que apenas lleva aprobada la mitad de las
materias, mientras que la otra -casi una niña- se haya titulado en seis años a
pesar de tener pareja, cargar un crio recién nacido, andar en campaña por un
escaño y llevar las riendas de un movimiento estudiantil disciplinado.
No es porque una de ellas pertenezca a un obscuro movimiento estudiantil provinciano -sin ideología definida, que coquetea descaradamente con la derecha, de comportamiento fascistoide y que funciona más como una franquicia al servicio del mejor postor que como una agrupación universitaria- y la otra milite en la aquilatada Juventud Comunista de Chile.
No es que mientras una -con
montones de basura ardiendo a sus espaldas y columnas humeantes elevándose por
el aire, abstraída del hecho de que una porción de su país se encuentra asediada
por grupúsculos de ultraderecha que indiscriminadamente atacan a los
transeúntes de uno u otro bando- declarara: “… la calle es la manera pacífica
que tenemos todos los venezolanos de demostrar nuestros sentimientos”(1),
la otra alguna vez dijera: “Nosotros no queremos mejorar el sistema, el sistema
hay que cambiarlo”(2).
No, no es nada de eso. Es
por lo diametralmente opuestos de sus pensamientos, de sus motivaciones, de sus
discursos y de sus acciones que estas dos damas se distancian. Ya señoras ambas
una por razones de edad otra por sus responsabilidades, se alejan hasta
representar la cara y el sello de una misma moneda.
Mientras una combate enconadamente
contra un gobierno que le ha dado la oportunidad de estudiar gratuitamente a
todo el que quiera realizar sus sueños universitarios, la otra ha atacado
consecuentemente las injusticias que genera una educación excluyente y
privatizada.
Una no dice nada ante la
falsedad de las noticias distorsionadas que sobre su patria construyen las
trasnacionales de la información acompañadas muchas de imágenes trucadas o
extraídas de otras épocas, otros eventos u otras latitudes. La otra maneja la
verdad y sostiene una posición nacionalista que anima la liberación de su
tierra del vasallaje imperialista.
43.7% de los votantes de
su circuito llevaron a una a ser su voz parlamentaria, la otra se autodenomina
la expresión monocromática de sus compañeros estudiantes no sé cuánto
representarán sus votos en un universo de dos y medio millones largos de
estudiantes(3) que es la matrícula de los universitarios venezolanos.
Una de ellas declara: “El
pueblo quiere ser protagonista de una nueva definición de lo que es la
Constitución”(2), la otra proclama “… vamos a estar en la calle
hasta que consigamos la justicia, la libertad y la paz, que se haga cumplir la
constitución”(4) mientras con todas sus fuerzas combate esa
Constitución que le ha otorgado mucho más poder al pueblo, cosa que les enerva
y aumenta su desagrado.
En definitiva el camino
es largo entre una y otra chica… descubra usted otras diferencias y entenderá
por qué estos últimos días las calles de su urbanización, las avenidas por
donde usted transita a diario para llegar a su trabajo, las plazas en las que
antes usted plácidamente se sentaba lucen ahora como si estuviese en Bosnia,
Siria, Libia, Egipto o en algún otro país de esos de primaveras coloridas.
Por cierto nuestra
primavera sería de color naranja.
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