En los estudiantes venezolanos
se hace patente la cristalización de “El extraño caso del doctor Jekyll y el
señor Hyde”.
Robert Louis
Stevenson como si se tratara más bien de Julio Verne, publicó por primera vez
en 1886 su famosa novela, adelantándose a su época y vislumbrando la realidad
que se viviría en la segunda década del siglo XXI con los estudiantes de una lejana
nación frentecaribeña llamada Venezuela. Dicen sus herederos que la primera
versión de este relato la escribió Stevenson en menos de tres días.
Tiene la
particularidad un pequeño aunque significativo sector de los jóvenes estudiantes
venezolanos -y algunos ya no tan muchachos- de poseer dos personalidades
opuestas entre sí y que le dominan o afloran según sea la circunstancia.
Cuando se les
convoca para una marcha, ellos en tropel alegre acuden raudos desde sus
respectivas casas de estudio hasta el lugar a donde se les haya requerido
como punto de partida de la concentración del momento. Todos llegan con sus
manitos blancas, su cutis resguardado por una gruesa capa de protector solar. Todos
como pertrechos llevan su botellita de agua mineral Evian®, su
celular Galaxi S4® -porque cargar otro modelo y/o marca sería una
verdadera raya- y su gorrita tricolor (que impide eficientemente que se le
escapen las ideas, a la vez que previene la entrada de otras distintas) pero, a
lo largo del camino sufren una notoria transfiguración y ya cercanos al sitio
escogido como objetivo de llegada de la jornada se vuelven unos energúmenos que,
poseídos por una furia y una fuerza sobrehumanas, son capaces de despegarle
grandes trozos a las aceras para convertirlas rápidamente en pedruscos que como
proyectiles certeros son arrojados contra cualquier objeto en movimiento que se
les atraviese en el camino, sin importar que este sea una ambulancia que se
dirige de emergencia al hospital más cercano o una unidad de transporte público
que traslada en su vientre a inocentes ciudadanos que pudieran estar o no de
acuerdo con la protesta.
Sin embargo esta
transfiguración lleva aparejada una inevitable amnesia temporal que les impide
recordar los destrozos que ocasionan durante el trance y al volver a la
realidad se despiertan rodeados por los cuerpos policiales que, interceden en
aras de retomar la paz ciudadana. Entonces el monstruo que destruye, incendia y
arrebata indiscriminadamente como Edward Hyde despabila y se transforma en el
apacible y civilista Dr. Henry Jekyll y en este último estado se quejan amargamente
y gimen como niños mientras sostienen a viva voz que ellos no fueron, que son
inocentes, que no hicieron nada, aunque las fotografías subidas por ellos
mismos en la euforia de los sucesos, en el calor de la protesta y en tiempo
real al facebook, twitter, Tumblr o Instagram indiquen lo contrario.
Este trastorno disociativo
de la identidad que padecen estos mocetones les impide reconocer la realidad a
su alrededor. Los conduce a invisibilizar a la mayoría de sus conciudadanos que,
en un acto electoral libre y universal decidieron colocar las riendas de la
nación en manos de Nicolás Maduro, al menos hasta 2019.
La negación de la realidad
que despliegan estos jovenzuelos incluye el no darse cuenta de que entre sus
solicitudes se encuentran las peticiones de: A) Terminar con el
desabastecimiento, pero contribuyen a él al no dejar transitar el transporte de
carga y combustible. B) Exigen acabar con la inseguridad pero son frecuentes en
las barricadas que ellos construyen la extorsión, la vejación, el atropello de
ciudadanos cuyo único pecado es querer regresar a sus hogares y que para llegar
a ellos necesariamente tienen que pasar por estas pequeñas Ucranias tropicales
generadas por la irracionalidad de los manifestantes. C) Ordenan al Estado el
cese de la impunidad pero en lo que apresan a un delincuente sorprendido en
flagrancia sólo por el hecho de estar inscrito en un instituto de educación superior
desata la solidaridad automática. Es decir que, según esta faceta de la disociación
psicótica que viven, quien es estudiante se excluye automáticamente de
delinquir. D) Demandan el fin de la hipotética injerencia cubana en los asuntos
venezolanos pero imploran al cielo por la invasión norteamericana de nuestro
territorio. E) Reclaman el dialogo y la unidad nacional pero poseidos por una especie
de misantropía selectiva se niegan a sentarse en la misma mesa en donde estén sentados
esos chavistas marginales. F) Se quejan de estar infiltrados por “integrantes de
los círculos violentos auspiciados por el Estado” pero piden la liberación
inmediata de los huelguistas virulentos retenidos en las manifestaciones… o
sea.
Enzarzados en esta dicotomía
moral, esta porción reducida de los estudiantes venezolanos se debate sin mucha
fortuna entre el bien y el mal. Prevalece la naturaleza malvada de Mr. Hyde y
los chicos vuelven a la violencia cebados por la impunidad que les confiere la
capucha y últimamente -cuestiones de la moda- la máscara de “anonimus” sobre el rostro. La transformación
de Jekyll a Hyde se ha hecho tan frecuente que la metamorfosis tiende a ser
definitiva de tanto disfrutar de los placeres antisociales y ya no hay antídoto
que les haga recuperar su cordura original.
El oscuro alter ego de esta minúscula
fracción del movimiento estudiantil universitario venezolano contemporáneo lo ha
alejado permanentemente de las necesidades del pueblo, de ese mismo pueblo que
con grandes sacrificios sostiene la gratuidad de la educación superior, tan costosa
y tan anhelada por otras juventudes de este y otros continentes.
Cuenta la leyenda que ante la critica que en los
márgenes del boceto de esta historia hiciera su mujer, Stevenson optó por
quemar el texto y comenzar a escribirlo de nuevo, ¿Será por eso que a estos
modernos Mr. Hyde les da por meterle candela a todo lo que no les agrada?