Hasta el final seguirán tocando perfectamente afinados.
La reciente colisión contra un iceberg inesperado ha abierto un gran hoyo en el
casco de la nave justo por debajo de la línea de flotación y ésta amenaza con
escorar. Como buen témpano de hielo, lo que muestra fuera de la superficie en
una insignificancia comparado con la gravedad de lo que se oculta bajo el agua
aparentemente calma.
Aunque cada quien con su instrumento, todos interpretan
insistentemente la misma tonada. Construida insumergible, la nao zarpó del
puerto con un gran triunfo, entre aplausos, ilusionada. Años pensándola,
planificándola, construyéndola terminaron por hacernos pensar a todos que este
barco -ahora sí-, resultaba insumergible.
La sección de cuerdas al frente suaviza la melodía
con algunas cadencias monódicas y con escuetos pizzicatos, mientras la división
de los metales detrás, con aire marcial, se escucha un poco más contundente,
para algunos hasta amenazante. La alegría de los que soñaron y esperaron por
años para cristalizar su construcción se sumó a la de los afortunados que no se
sabe cómo aunque si por qué, compraron boletos y abordaron.
La orquesta del Titanic no ceja en su afán por
tranquilizar a los pasajeros, tocando sin cesar imperturbables, como si el
desastre no fuera con ellos, no toman previsiones, no actúan para salvar la
embarcación, solamente se limitan a seguir el compás de una partitura que sin
la presencia del director no suena igual, no se escucha nada agradable. Después
del duro golpe recibido por estribor se avizora lo que pudiera llegar a ser uno
de los peores desastres políticos en la historia de la navegación en tiempos de
paz y sin embargo no se escuchan planes para evitar una verdadera catástrofe.
La orquesta no es una filarmónica no, tal vez no
llegue ni a banda del estado, pero no es justo tampoco que su melodía suene a
retreta. Del codaste a la roda el barco se estremece, hace aguas y aún no se
escucha el esperado “mujeres y niños primero”, en cambio a la sordina retumba
en el ambiente un desesperado sálvese quien pueda que va a dejar a mucha gente
minusválida.
Muchos de los integrantes de esta agrupación son músicos
de oído, muy pocos tienen formación de conservatorio, una ínfima proporción de los
ejecutantes ha estudiado concienzudamente y pudieran eventualmente tomar la
dirección de los compases, no tienen oficio, este es su primer viaje. Como novicios
viajeros no saben de trámites, de hojas de ruta o de bitácoras. No conocen las
estrellas, son incapaces con la brújula o el sextante. Éste acorazado con el impulso
que recibe de babor todavía avanza. El océano es tan extenso, la necesidad es
tan grande, el temor a naufragar es tan inmenso que ya algunos -desde hace
tiempo, desde el comienzo- duermen dentro de los botes salvavidas por si acaso.
Otros han saltado ya la barandilla de cubierta y flotan a la deriva, entre
corrientes contradictorias esperando su deceso olvidados en el fondo de las
aguas turbulentas de la historia.
La mayoría de los músicos ni se despeinan, permanecen
sentados a un lado del salón de baile, se miran de reojo porque ya se han dado muchos
reportes que alarman, el mismísimo capitán del barco ha informado de la
severidad del daño y sin embargo estoicos los integrantes de la banda tocan…
tararean muy quedos una tranquilizadora tonada. No se mueven, no reaccionan, no
entienden que en el puerto la gente que ha apoyado a los constructores de este trasatlántico
se mantienen con el alma en vilo mirando hacia el horizonte esperanzados. Polizones
ocultos en la bodega aprovechan la confusión para salir a expoliar lo que
tienen a su alcance, ellos tampoco parecieran estar conscientes de que ante un
posible naufragio sus nombres estarían en la lista de los decesos.
El navío fue construido con acero de la mejor
calidad por eso ha resistido hasta ahora el maltrato interno y los ataques
externos, pero no lo mantendrán a flote los ruegos piadosos de los feligreses
por más fervorosos que estos sean. Hace falta ante la eventualidad decidirse a
actuar, ordenar la reparación del casco, autorizar el achique de la inundación
de cada uno de los compartimientos estancos afectados, resolverse y proceder, detener
a los delincuentes que aprovechan para saquear los bienes de la nave, para sustraer
las pertenencias de los pasajeros, para acabar con las esperanzas de un pueblo
que en el puerto aguarda expectante. Y mientras tanto como en la canción de
Sabina y Serrat: “La orquesta del Titanic no deja de tocar el fox de los
ahogados sin consuelo”.