Dieciocho segundos bastarán para que el próximo 7 de octubre cada uno de los venezolanos decida el futuro de la patria.
18
segundos nos bastaron -al operario de la captahuella y a mi- para
habilitar el tarjetón, ubicar la carita del candidato, escoger entre
todas las opciones rojas rojitas apretarle la verruga al Presidente en
la casilla del gallo rojo de mis tormentos, esperar a que saliera en la
pantallita la cara sonriente de alguien que acaba de vencer un cáncer,
pulsar la casilla votar,
tomar la papeleta y verificar que no dijera Capriles, caminar hasta la
urna, depositar el papelito y despedirme de un operario tranquilo,
relajado y contento.
No por venezolano dejé la vaina de ir a votar
para las 3 de la tarde, lo hice si por escuchar tooodos los vaticinios
de mis amigos escuálidos mientras tomábamos café en la panadería en
dónde nos reunimos los domingos de tertulia.
Al llegar al centro
de votación lo que más me costó fue conseguir estacionamiento. Pude
observar si, como ambos bandos se pasaron por el fundillo las
directrices del CNE y los dos comandos de campaña armaron toldos casi
que en la puerta de la escuela en donde me nuclearon.
18 segundos es menos de lo que me tomó decirle al oficial que estaba en la puerta que quería ejercer mi voto.
18
segundos es mucho considerando lo que tardé en explicarle al operario
del sistema de búsqueda computarizada que yo ya sabía -porque me había
buscado previamente en la página del CNE-, el número de mesa en donde me
tocaba votar.
18 segundos más o menos me tomaría subir las escaleras hasta el primer piso y entrar al salón en donde voté.
18 segundos o 20 latidos emocionados me consumió el placer de cumplir con un gran compromiso.
18
segundos es aproximadamente el tiempo en que luego de entrar al
consultorio, levanta la cabeza el médico que te atiende en el CDI, te
mira a los ojos y con un cantadito muy particular te dice:
-“Buenas taldes, ¿En qué puedo sepbile caballero? cuando usted llega con su muchachito enfermo.
18
segundos o menos se demora su hijo en encender su Canaimita para
comenzar a hacer la tarea que le mandó la maestra de la escuela
bolivariana en dónde no le cobran por estudiar.
18
segundos es el tiempo que dura en la caja mientras le suman dos grandes
pollos, un kilo de leche, dos de arroz y uno de azúcar en el MERCAL de la cuadra.
18
segundos, menos mucho menos, fue el tiempo que le llevó a Capriles
llamarnos jalabolas a los trabajadores que votamos por la opción
revolucionaria.
18 segundos o menos le toma meter la llave y abrir
la puerta del que es su apartamento nuevo gracias a la política de
construcción de viviendas con las que el gobierno asiste a los más
necesitados de un hogar.
18 segundos demoró la sifrina que me vio
llegar al centro de votación en trucar la sonrisa con la que me entregó
un volante de “Hay un camino” y torcerme los ojos al observar que mi
carro lleva pegada en el vidrio de atrás una calcomanía con el corazón
de Chávez.
18 segundos, realmente mucho más, tendrán respetados lectores contando desde hoy día para
meditar acerca de quién puede ser el más conveniente entre los
candidatos a elegir para que funja como conductor de la nación por los
próximos seis años.