I
Nombraré el pecado más no al pecador.
Ayer en la sobremesa, conversábamos animadamente un grupo de antiguos amigos -viejos camaradas-, afectos al gobierno y más que partidarios del “Régimen”, defensores de Chávez y de la todavía expectante Revolución Bolivariana. Nos entreteníamos hablando acerca de las pifias que se cometen a diario en las filas del Proceso y que dotan de armas a una oposición desenfrenada.
Nos debatíamos entre aparecer como revisionistas saliendo a denunciar los errores del gobierno o en echarle tierrita a las metidas de pata que consuetudinariamente cometen los compañeritos en labores de conducción de los diversos organismos del Estado y que todo siguiera funcionando a los empujones, epilépticamente, despertando del estado catatónico en el que se encuentran muchas instituciones sólo cuando Chávez se logra enterar de algo y reparte unos cuantos regaños mediáticos, pero sin deshacerse -el mismo- de los culpables de la ignominia.
Afortunadamente, y gracias a lo pésimos que han resultado los políticos opositores cuartorepublicanos -así como todos sus derivados-, esta cantidad de armas de destrucción de la esperanza que se les colocan gratuitamente en las manos, terminan como las granadas y otras bombas adquiridas por una tal Gardenia Martínez para proveer a nuestro Ejercito en tiempos no tan lejanos.
II
Resulta ser que uno de los comensales -el que llegó más tarde-, venía muy contento pues sin hacer tanta cola, en un operativo, había obtenido una nueva cédula de identidad, pues la suya quien sabe en qué otra cola la habría extraviado. Nos mostró satisfecho el cartón de identificación y en una inspección no tan profunda descubrimos la raíz de nuestro desagrado.
Debo confesar que me vanaglorio de ser quizás uno de los connacionales que más barato le ha salido al Estado en cuestiones de identificación, puesto que en mi ya larga vida he ostentado la reducida cifra de cuatro cédulas y dos pasaportes.
La primera vez que obtuve documentación venezolana, carajito y muy ufano esgrimía una bicha verde que me dieron, y en donde aparecían hasta las señas particulares de cada individuo tales como el color de la piel, de los ojos, del cabello o hasta algunas poco típicas como lunares o cicatrices. Con esa duré hasta bachillerato y lo sé porque en la foto de la segunda que saqué aparecía con la “chemise” beige de cuarto o quinto año. Con esa permanecí toda mi vida universitaria, soportó casamientos y divorcios, compras y ventas de inmuebles o de vehículos y al final la cambié mucho después de haber hecho hasta postgrado. Por el envés parecía una maleta de “viajero frecuente” llena de calcomanías disímiles entre las que figuraban las de DAES, CSE, CNE, etc. La más reciente la tengo desde 2004, sólo tiene por detrás pegatinas con foticos de mis hijas que ellas mismas insisten en pegar y no pienso salir de ella al menos hasta mucho después de 2014, fecha en la cual caduca este maltrecho documento.
III
Toda esta perorata llena de recuerdos (con los que estoy seguro algunos de los lectores -los más entrados en años por supuesto-, se identificarán), sólo para contarles que aún ahora, a 12 años de haberse iniciado esta era de zozobras, sobresaltos y cambios que genéricamente llamamos Revolución, todavía hoy sigue apareciendo como hecha la pendeja, medio escondida en el centro de un escudo amarillo desleído, la figura inconfundible de un caballo con tortícolis, emblema del indómito animal que en la heráldica vernácula y rompiendo con todos los criterios anatomofisiológicos a los que pudieran acudir los veterinarios para explicarnos el funcionalismo de estos esbeltos animales, insiste en mirar para atrás mientras corre hacia la derecha del usuario(a).
Desde 1834 un caballo habita en nuestro escudo. Un corcel blanco, indómito se ha paseado por nuestro estandarte de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o mirando para atrás y ya no resulta nada sorprendente el que con los vaivenes de la política o de las ideologías el petiso insista en galopar al son que le toque bailar. En 1930 pareció quedarse quieto el intranquilo animal, pero en 2006 el bicho vuelve por sus fueros y entonces el garañón blanco muta según las pasiones del momento, destuerce el cuello, deja de mirar con añoranza hacia el pasado y emprende la carrera hacia la izquierda, lanzándose por el aire como quien se barre al llegar a primera después de dar un rolincito que llega con poca fuerza hasta los prados. En esta última metamorfosis al potro le ha dado por volar.
Resulta que, como parte de la evolución que lleva aparejada la palabra Revolución, se dejan colar una serie de cambios, algunos solamente cosméticos, otros tantos nada más que de nomenclatura y unos pocos ciertamente profundos, radicales y necesarios. Entre ellos el destino de la cabalgadura de nuestra insignia.
IV
Desde la antigua DIEX, pasamos a la ONIDEX sin avanzaren nada; los mismos retrasos, las mismas mafias, las mismas colas interminables. Se evolucionó más tarde al flamante SAIME que es de reconocer ha hecho avances en el tratamiento que se da al ciudadano. De Hugo Cabezas, saltamos a Tarek El Aissami para aterrizar en Dante Rivas. De ellos recuerdo que han sido directores de Extranjería en Venezuela durante la Revolución Bolivariana, la misma que instituyó cambios en el número de estrellas de la bandera, la misma que volteó otra vez el andar de nuestro equino blanco.
Hugo Cabezas, Tarek El Aissami, Dante Rivas, DIEX, ONIDEX, SAIME, se han vuelto la misma cosa, a ninguno de ellos y pese a la remuneración que lleva consigo el cargo, se les ha ocurrido echarle un vistazo al cartoncito en donde se imprimen a diario miles de cédulas para identificación legal de los venezolanos y, sin ánimos de volvernos principistas, nos damos cuenta que evidentemente todos los venezolanos cargamos con el estigma de ser indocumentados en nuestra propia patria. Si desde el 07 de marzo de 2006 el escudo muestra un caballo de andar zurdo, quiere decir entonces que todos los que carguen el potrillo volteado se encuentran al margen de la ley y por lo tanto somos ilegales por omisión del Estado.
El caballo a contraley sigue mirando socarrón hacia el pasado, y si uno en un ataque de suspicacia toma una lupa y acrecienta la mirada, se dará cuenta de que una sonrisa sardónica se dibuja en el rostro del cuadrúpedo y lo delata. El caballito tenido por bruto disfruta de los entuertos que estos Sancho Panzas de la política venezolana siguen cometiendo para arrecheras de los adeptos al proceso y para albricias de la oposición desmollejada.
Algunos personeros del alto gobierno como que prefieren todavía un equino con tortícolis que un caballo volador. ¿O el olvido de los mandatos que los Poderes Ejecutivo y Legislativo ordenan es parte de la evolución natural hacia en Alzheimer?
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