Si usted se toma la molestia de escudriñar en Google Earth, buscador que muestra imágenes satelitales de todo el orbe y coloca como coordenadas: La Candelaria, Caracas, Venezuela, verá con cierta nostalgia -si es nacido y/o criado en la capital- y con extrañeza -si usted como yo recorre estas latitudes con la cara de asombro que nos regalan junto con el boleto de autobús que nos trae a La Bandera-, la presencia en el corazón de esta parroquia, de un gran estacionamiento ahora inexistente. ¿Qué se hizo ese gran baldío que pudo haberse empleado para la reorganización de una zona tan concurrida?
Como un cáncer que se apropia de las entrañas de la ciudad, surgió impúdico, impasible, ante la mirada de todos -transeúntes y habitantes del sector-, una mole de concreto destinada a convertirse en La Meca del consumo, en templo del despilfarro. Otro Sambil ha nacido: ¡El de Sambil de La Candelaria!
Cuentan antiguas crónicas, rememoran los ancianos que todavía se sientan en los bancos de isla central de la avenida Volmer, que allí quedó quien sabe cuando la Cervecería Caracas.
Los muros de ladrillo y granito, los grandes frontis en azul, no lucen en sus cornisas gárgolas que los custodien como si las tienen para su protección otros templos, como el de Nortre Dame por ejemplo, no las necesitan. Tuvieron si, en su momento, algunos cuantos ángeles burócratas, querubines protectores que permisaron su construcción. Serafines emplumados con billetes de cien dólares.
El ordenamiento municipal les supo a soda tanto a los promotores como a los encargados de velar por el orden parroquial. Así, ese pedazo de Caracas con nombre de franca reminiscencia ibérica y fundación centenaria, hasta ahora pasaje gastronómico por excelencia, y otrora epicentro histórico de la venezolanidad (recordemos que en sus predios nace el Padre de la Patria, que allí se incubaron las ideas libertarias, que en sus feudos se firmó el Acta de Independencia, palabra esa que regaría el fuego de la Libertad por el resto de nuestra América), ¡Será ahora asiento de un Mall!
Esa construcción, que es la encarnación de la impunidad, la representación de la voracidad terrófaga propia del capital, suplantará las fondas, los bares de tapas y los restaurantes españoles -cálidos, acogedores, propicios para la conversa y la socialización-, por comercios de comida rápida despersonalizados e insalubres, no por que no cumplan con las medidas sanitarias básicas para su funcionamiento, sino porque lo que venden atenta contra la salud de sus consumidores; Mc Donald’s, KFC’s, Burger King o Arturo’s, atraerán ahora a los comensales de la zona que, se atragantarán de carbohidratos y grasas saturadas sin disfrutar siquiera de saber quién es la persona que eventualmente comparte su mesa.
No tuvieron reservas sus constructores, ni se preocuparon por los efectos negativos que provocarán sus acciones. La calidad de vida de los habitantes de una ciudad por sí caótica, se verá aún más comprometida con la presencia siniestra de esta gran estructura que, según sus promotores, poseerá 300 locales comerciales, 10 salas de cine, restaurantes y bancos, 4300 m2 de oficinas, un centro de convenciones con capacidad para 2000 asistentes y otras cuantas cosas.
Atrapado en una tranca vial descomunal justo a un lado del dichoso Mall, llegaron a nuestro pensamiento recuerdos de un nombre emblemático dentro del género macabro de nuestra historia contemporánea, el Distinguido Ledezma, El Monstruo de Mamera. Él por sus celos puso fin a la vida de varios muchachos que según imaginó, rondaban con lascivia a su querida Chena, inmortalizada por el cine vernáculo como “Macu, la mujer del Policía”, y así fueron apareciendo reminiscencias rimbombantes, El Monstruo de Garenas, El monstruo de Carayaca, El monstruo de Santa Bárbara, El Monstruo de Tinaquillo, etc.
Ledezma -el Distinguido, no su antónimo Ledezma-, se ganó el mote por la forma fría, calculada y despiadada como se deshizo de sus rivales amorosos.
Este Megacentro Comercial va a despachar de la misma manera a todos sus contrincantes. Todos los comerciantes establecidos en el perímetro de la Candelaria, Bellas Artes, San Bernardino, Sarria, Los Caobos, San José y demás lugares circunvecinos, se verán asfixiados, ahorcados, asesinados por las actividades de este nuevo engendro: ¡El Monstruo de La Candelaria!
Su propósito es expandirse, sin importar el caos que con ello nos provoque.
Sin embargo, al desahogarse un poco el tráfico infernal de esa zona y avanzar el auto -eso fue el viernes pasado en horas de la tarde-, tuve noticias de primera mano acerca de uno de los ingredientes que agriaba la tarde de todos los que, cansados de una larga jornada teníamos que pasar por enfrente del Monstruo de La Candelaria para volver a nuestros hogares. De un lado de la calle, simpatizantes del Proceso enarbolaban pancartas en donde dejaban plasmadas sus quejas y sus razones para oponerse al funcionamiento del engendro comercial, mientras que en la acera del frente carteles improvisados voceaban los argumentos de un grupo de ciudadanos que se identifican con la desmesurada construcción y de paso comulgan con la oposición.
Coincido con el Proceso -no es un secreto- y por ende con la cruzada de los que se niegan a la entrega sin luchar, de los espacios ciudadanos al apetito voraz de los destructores de la memoria urbana.
Por eso me parecieron tan fútiles los argumentos que coreaban los oposicionistas. Hablaban de la incorporación de 2000 puestos de estacionamiento como si ellos fuesen a disfrutar sin pagar de la utilización de los mismos; no se detuvieron ni por un momento a pensar que esos dos mil puestos iban a incorporar a la zona idéntica cantidad de vehículos que antes de acceder al Mall iban a inundar las calles y avenidas de toda la parroquia.
Argumentaban acerca de los puestos de trabajo que se iban a generar, y no pensaron en la calidad de los mismos; un ejército de aseadores, limpiadores de baños, dependientes de negocios, vendedoras de oficio que sólo cobrarán salario mínimo y que no servirán para redimir ni a uno solo de los malandros del Barrio Los Erazos, pues ellos preferirán ante tan oscuro futuro, apostarse en la periferia del Centro Comercial a hacer de las suyas asaltando transeúntes y desvalijando los vehículos que sus dueños dejen pagando.
Oleadas de trabajadores emergiendo por las bocas del Metro en la estación de Bellas Artes, ingentes cantidades de mendigos por necesidad y de malvivientes por obligación pululando por los alrededores, atascos viales incontrolables. Dificultades titánicas para quienes pretendan acceder a los incontables centros de atención hospitalaria a la hora de llevar a un enfermo en gravedad o a un familiar convaleciente.
Nada de eso pensaron mis estimados compatriotas defensores de las “libertades económicas”, victimas ciegas, cooperantes espontáneos de la destrucción de su entorno.
El odio visceral que sienten por todo lo que representa este Gobierno y por cualquier iniciativa que se plantee dentro del marco revolucionario, los hace inmolarse defendiendo lo indefendible.
Ese día ya se hablaba de los sucesos hondureños, y los seguidores de la oposición pedían a gritos la importación a Venezuela de militares del istmo centroamericano con, según ellos, bolas suficientes para retomar la senda golpista necesaria para salir de Chávez. ¿Cómo la ven?
Pedían a gritos un Tirano “para salir del Tirano”.
El nuestro es un país destructor de su propia memoria, de una arquitectura ciega y castrante del ciudadano, que copia a cortapisas los modelos foráneos, derrochadores de energía, ávidos de electricidad para poder mantener su propio microclima encerrados como nacen -cubos de hormigón y cristal-, que se lleva por delante el escaso remanente de nuestra herencia colonial e independentista sin velar siquiera por sus despojos.
Nuestros compatriotas sin una cultura verdadera de reciclaje disponen la basura como, cuando y de la manera que quieren.
Con el incremento de la densidad poblacional que experimentará la zona de La Candelaria, ¿Alguno de sus vecinos se ha detenido a pensar en las consecuencias que sobre los servicios -agua, luz, transporte, recolección de basura-, tendrá la instalación del Monstruo de La Candelaria?
Alguien sabiamente comparó este Mall con los Agujeros Negros. Todo lo que tienen cerca en su vecindario sideral es tragado por ellos, pues la fuerza de atracción que ellos ejercen es tal que, su acción devastadora destruirá estructuras aún tan grandes como las Galaxias. Eso sin ánimos de ser vidente o adivinador, ocurrirá si el Gobierno para enmendar la catastrófica decisión tomada por el Burgomaestre anterior, no interviene y limita hasta donde pueda, el daño ocasionado ya por la presencia de esa mole destructora, El Monstruo de La Candelaria.
Haber concedido el permiso fue una irresponsabilidad por parte de las autoridades de la Alcaldía del municipio Libertador, ahora es el momento en el que el Gobierno debe detener las actividades económicas previstas para ese Centro Comercial hasta tanto no sean resueltos de forma efectiva y eficiente los problemas detectados y expuestos arriba. Por supuesto que para conseguir un arreglo satisfactorio para la mayoría, se debe consultar a la comunidad, pero antes debe emprenderse la tarea de concientizar a los habitantes que, envenenados hasta lo más profundo de sus almas por el constante adoctrinamiento mediático, serían capases de inmolarse para impedir que la iniciativa gubernamental de los frutos deseados.
Como un cáncer que se apropia de las entrañas de la ciudad, surgió impúdico, impasible, ante la mirada de todos -transeúntes y habitantes del sector-, una mole de concreto destinada a convertirse en La Meca del consumo, en templo del despilfarro. Otro Sambil ha nacido: ¡El de Sambil de La Candelaria!
Cuentan antiguas crónicas, rememoran los ancianos que todavía se sientan en los bancos de isla central de la avenida Volmer, que allí quedó quien sabe cuando la Cervecería Caracas.
Los muros de ladrillo y granito, los grandes frontis en azul, no lucen en sus cornisas gárgolas que los custodien como si las tienen para su protección otros templos, como el de Nortre Dame por ejemplo, no las necesitan. Tuvieron si, en su momento, algunos cuantos ángeles burócratas, querubines protectores que permisaron su construcción. Serafines emplumados con billetes de cien dólares.
El ordenamiento municipal les supo a soda tanto a los promotores como a los encargados de velar por el orden parroquial. Así, ese pedazo de Caracas con nombre de franca reminiscencia ibérica y fundación centenaria, hasta ahora pasaje gastronómico por excelencia, y otrora epicentro histórico de la venezolanidad (recordemos que en sus predios nace el Padre de la Patria, que allí se incubaron las ideas libertarias, que en sus feudos se firmó el Acta de Independencia, palabra esa que regaría el fuego de la Libertad por el resto de nuestra América), ¡Será ahora asiento de un Mall!
Esa construcción, que es la encarnación de la impunidad, la representación de la voracidad terrófaga propia del capital, suplantará las fondas, los bares de tapas y los restaurantes españoles -cálidos, acogedores, propicios para la conversa y la socialización-, por comercios de comida rápida despersonalizados e insalubres, no por que no cumplan con las medidas sanitarias básicas para su funcionamiento, sino porque lo que venden atenta contra la salud de sus consumidores; Mc Donald’s, KFC’s, Burger King o Arturo’s, atraerán ahora a los comensales de la zona que, se atragantarán de carbohidratos y grasas saturadas sin disfrutar siquiera de saber quién es la persona que eventualmente comparte su mesa.
No tuvieron reservas sus constructores, ni se preocuparon por los efectos negativos que provocarán sus acciones. La calidad de vida de los habitantes de una ciudad por sí caótica, se verá aún más comprometida con la presencia siniestra de esta gran estructura que, según sus promotores, poseerá 300 locales comerciales, 10 salas de cine, restaurantes y bancos, 4300 m2 de oficinas, un centro de convenciones con capacidad para 2000 asistentes y otras cuantas cosas.
Atrapado en una tranca vial descomunal justo a un lado del dichoso Mall, llegaron a nuestro pensamiento recuerdos de un nombre emblemático dentro del género macabro de nuestra historia contemporánea, el Distinguido Ledezma, El Monstruo de Mamera. Él por sus celos puso fin a la vida de varios muchachos que según imaginó, rondaban con lascivia a su querida Chena, inmortalizada por el cine vernáculo como “Macu, la mujer del Policía”, y así fueron apareciendo reminiscencias rimbombantes, El Monstruo de Garenas, El monstruo de Carayaca, El monstruo de Santa Bárbara, El Monstruo de Tinaquillo, etc.
Ledezma -el Distinguido, no su antónimo Ledezma-, se ganó el mote por la forma fría, calculada y despiadada como se deshizo de sus rivales amorosos.
Este Megacentro Comercial va a despachar de la misma manera a todos sus contrincantes. Todos los comerciantes establecidos en el perímetro de la Candelaria, Bellas Artes, San Bernardino, Sarria, Los Caobos, San José y demás lugares circunvecinos, se verán asfixiados, ahorcados, asesinados por las actividades de este nuevo engendro: ¡El Monstruo de La Candelaria!
Su propósito es expandirse, sin importar el caos que con ello nos provoque.
Sin embargo, al desahogarse un poco el tráfico infernal de esa zona y avanzar el auto -eso fue el viernes pasado en horas de la tarde-, tuve noticias de primera mano acerca de uno de los ingredientes que agriaba la tarde de todos los que, cansados de una larga jornada teníamos que pasar por enfrente del Monstruo de La Candelaria para volver a nuestros hogares. De un lado de la calle, simpatizantes del Proceso enarbolaban pancartas en donde dejaban plasmadas sus quejas y sus razones para oponerse al funcionamiento del engendro comercial, mientras que en la acera del frente carteles improvisados voceaban los argumentos de un grupo de ciudadanos que se identifican con la desmesurada construcción y de paso comulgan con la oposición.
Coincido con el Proceso -no es un secreto- y por ende con la cruzada de los que se niegan a la entrega sin luchar, de los espacios ciudadanos al apetito voraz de los destructores de la memoria urbana.
Por eso me parecieron tan fútiles los argumentos que coreaban los oposicionistas. Hablaban de la incorporación de 2000 puestos de estacionamiento como si ellos fuesen a disfrutar sin pagar de la utilización de los mismos; no se detuvieron ni por un momento a pensar que esos dos mil puestos iban a incorporar a la zona idéntica cantidad de vehículos que antes de acceder al Mall iban a inundar las calles y avenidas de toda la parroquia.
Argumentaban acerca de los puestos de trabajo que se iban a generar, y no pensaron en la calidad de los mismos; un ejército de aseadores, limpiadores de baños, dependientes de negocios, vendedoras de oficio que sólo cobrarán salario mínimo y que no servirán para redimir ni a uno solo de los malandros del Barrio Los Erazos, pues ellos preferirán ante tan oscuro futuro, apostarse en la periferia del Centro Comercial a hacer de las suyas asaltando transeúntes y desvalijando los vehículos que sus dueños dejen pagando.
Oleadas de trabajadores emergiendo por las bocas del Metro en la estación de Bellas Artes, ingentes cantidades de mendigos por necesidad y de malvivientes por obligación pululando por los alrededores, atascos viales incontrolables. Dificultades titánicas para quienes pretendan acceder a los incontables centros de atención hospitalaria a la hora de llevar a un enfermo en gravedad o a un familiar convaleciente.
Nada de eso pensaron mis estimados compatriotas defensores de las “libertades económicas”, victimas ciegas, cooperantes espontáneos de la destrucción de su entorno.
El odio visceral que sienten por todo lo que representa este Gobierno y por cualquier iniciativa que se plantee dentro del marco revolucionario, los hace inmolarse defendiendo lo indefendible.
Ese día ya se hablaba de los sucesos hondureños, y los seguidores de la oposición pedían a gritos la importación a Venezuela de militares del istmo centroamericano con, según ellos, bolas suficientes para retomar la senda golpista necesaria para salir de Chávez. ¿Cómo la ven?
Pedían a gritos un Tirano “para salir del Tirano”.
El nuestro es un país destructor de su propia memoria, de una arquitectura ciega y castrante del ciudadano, que copia a cortapisas los modelos foráneos, derrochadores de energía, ávidos de electricidad para poder mantener su propio microclima encerrados como nacen -cubos de hormigón y cristal-, que se lleva por delante el escaso remanente de nuestra herencia colonial e independentista sin velar siquiera por sus despojos.
Nuestros compatriotas sin una cultura verdadera de reciclaje disponen la basura como, cuando y de la manera que quieren.
Con el incremento de la densidad poblacional que experimentará la zona de La Candelaria, ¿Alguno de sus vecinos se ha detenido a pensar en las consecuencias que sobre los servicios -agua, luz, transporte, recolección de basura-, tendrá la instalación del Monstruo de La Candelaria?
Alguien sabiamente comparó este Mall con los Agujeros Negros. Todo lo que tienen cerca en su vecindario sideral es tragado por ellos, pues la fuerza de atracción que ellos ejercen es tal que, su acción devastadora destruirá estructuras aún tan grandes como las Galaxias. Eso sin ánimos de ser vidente o adivinador, ocurrirá si el Gobierno para enmendar la catastrófica decisión tomada por el Burgomaestre anterior, no interviene y limita hasta donde pueda, el daño ocasionado ya por la presencia de esa mole destructora, El Monstruo de La Candelaria.
Haber concedido el permiso fue una irresponsabilidad por parte de las autoridades de la Alcaldía del municipio Libertador, ahora es el momento en el que el Gobierno debe detener las actividades económicas previstas para ese Centro Comercial hasta tanto no sean resueltos de forma efectiva y eficiente los problemas detectados y expuestos arriba. Por supuesto que para conseguir un arreglo satisfactorio para la mayoría, se debe consultar a la comunidad, pero antes debe emprenderse la tarea de concientizar a los habitantes que, envenenados hasta lo más profundo de sus almas por el constante adoctrinamiento mediático, serían capases de inmolarse para impedir que la iniciativa gubernamental de los frutos deseados.