El Proceso ha entrado en una peligrosa zona de derrumbes. “Por ahora” la
cara risueña del capitalismo es lo único que con fuerza se nos ha mostrado o
permitido observar. Es difícil, muy difícil derrotar la imagen edulcorada que nos
han vendido. La calle limpia y sin huecos, la casa inmensa majestuosa, el
jardín bien cuidado y florido, el carro grande último modelo, la esposa
impecable preciosa, la despensa repleta bien surtida, el marido apoltronado y
sonriente leyendo el periódico, los muchachitos catiritos atléticos jugando sin
hacer ruido, el perro hermoso oloroso de pelo brillante y sin pulgas… esta
imagen bucólica se encuentra impresa en lo más profundo de la psique colectiva
de occidente.
El gran fraude del Capitalismo radica en hacernos creer que ese pastoril espejismo
es compartido por todos los integrantes de la sociedad, que todos los
ciudadanos son bienvenidos al festín de la abundancia y nos esconde su otra faz
en el patio trasero.
El envés de esta historia nos muestra el robo de la riqueza social por
parte de una pequeña fracción de individuos, la oligarquía, que es la que
ostenta verdaderamente la riqueza, la que la acapara, la administra y la
disfruta. Los países subdesarrollados, los habitantes del tercer mundo, soportamos
con nuestras carencias el rostro idílico de la sociedad de consumo.
Los niños de la calle, los desechables, los recogelatas, los huelepega, los
desahuciados son el subproducto prescindible y no deseado del sistema proveedor
de bienes de consumo. Quien no cuente con un poder adquisitivo suficiente como
para hacer girar las ruedas de la industria no es bienvenido.
Este fraude hollywoodense trae aparejado consigo la pobreza espiritual, el
egoísmo, el desarraigo, el no sentirse bien con lo que se tiene, con los que se
convive, ni siquiera consigo mismo que nos devuelve unos cuantos tramos en la
escala filogenética y nos convierte en seres individualistas, materialistas,
que no reparamos si no el bienestar propio, llevándonos en los cachos a todo
aquel que se interponga en nuestro camino hacia el “éxito”.
El progreso anhelado, la acumulación de capital, la adquisición de objetos
cada vez más inútiles, impiden de facto
la construcción del socialismo. Se ha generado así en Venezuela una revolución
democrática burguesa que, como su nombre lo indica es dirigida por la
burguesía, obviamente la de viejo cuño que jamás ha sucumbido y que ha
permitido a su sombra y con sus despojos el desarrollo de lo que ellos mismos
despectivamente, llaman “la boliburguesía”.
La revolución venezolana entonces, tiene una gran falla de borde en su
ideología. Con acento reformista, nuestro Proceso apuesta al desarrollo y
consolidación de las “fuerzas productivas” otorgándoles dólares, líneas de
crédito, incentivos a la productividad, exenciones, en fin privilegios a
quienes capitalistas al fin, expolian especulan y explotan a la sociedad que en
ellos confía y que a través del gobierno pone los recursos de la nación en sus
manos.
Surge impertinente la pregunta del millón: ¿Por qué si son “inversionistas”
esperan que el Estado (del que denigran), les otorgue los recursos necesarios
para instalar sus emprendimientos?, ¿Por qué no arriesgan su propio capital
para cristalizar sus ideas?, ¿Por qué si creen en la competencia, en el libre mercado,
exigen medidas proteccionistas por parte del Gobierno, ese mismo gobierno al
que quieren derrocar?.
Si… ya sé, fue más de una pregunta, pero exaspera esta moneda de dos caras
con la que actúan los “capitalistas” vernáculos y las interrogantes en cascada
comienzan a brotar. Por un lado despotrican del Gobierno y por el otro le
estiran la mano para financiarse.
Pero lo que más revienta es la actitud gubernamental, la complacencia con
la que cobijan a nuestra pequeña burguesía, la zalamería con que la festejan.
Los representantes del gobierno se sientan con los explotadores del pueblo
-el Pueblo que los llevó y los ha mantenido en el poder con las esperanzas
puestas en su redención-, y sonríen orgullosos porque salen en las fotografías
de los diarios abrazados a alguien con nombre de abolengo.
Resultado de esas mesas de trabajo, de esos famosos diálogos:
encarecimiento de los productos que estos “empresarios” elevan por varias vías,
la del enlentecimiento o el recorte de la producción, la del acaparamiento, la
de la especulación franca por la calle del medio, la de la extorsión, etc.
A la sombra del Estado una nueva clase empresarial ha surgido y para nadie
es un secreto puesto que nuevos ricos al fin, les encanta exhibir su fortuna
repentina. Nuestras calles son la vitrina de esta nueva opulencia. Ya ni hablar
de carros nuevos porque eso es muy poco para lograr el anhelado blanqueo
sanguíneo, ahora tienen que ser blindados y con escolta, ahora debes presumir
Rolex en la muñeca, Cartier en el dedo, Etiqueta Azul en el vaso, Sansung Galaxy
al oído y carajita super Tuning a un lado.
Esta situación evidentemente permea desde las altas esferas del poder hacia
los hilos más profundos de la urdimbre social y en un afán renovado por escalar
hasta la cima, el común de la gente deja a un lado moralidad, principios y
escrúpulos.
Si a ver vamos, ¿por qué no hacerlo? Si los antiguos vecinos de la cuadra, si
los compañeros de la esquina, si el panita de tragos y partiditas de chapita te
pasan por un lado en plan de empresarios exitosos, ¿Por qué entonces no desviar
un tanto los bienes de todos para su propio beneficio y usura?.
No es extraño entonces que los recursos asignados a los consejos comunales
no rindan, no resulta insólito que el presupuesto asignado a una obra se
evapore, no es anormal que un camarada aproveche su puesto en X oficina para
pedir alguito por acelerar un trámite burocrático que de paso fue puesto allí
con ese explícito fin, el de ser un elemento corruptor de individuos.
Si no ¿Quiénes son los que venden el harina con sobreprecio en los puestos
de buhoneros?, ¿Quiénes son los que venden sus cupos de dólares a cambio de un
viajecito y unos cuantos miles de bolívares?
El Gobierno a la vez confía en la madurez política del pueblo y cree en
la incorruptibilidad de sus individuos. Desafortunadamente estas dos
condiciones no existen.
Y no existen por dos razones: la primera, que nadie además y después de
Chávez se ha tomado la molestia de realizar esa labor casi que evangelizadora
de penetrar en las comunidades a enseñar los principios sobre los que se
soporta el socialismo, y la segunda que, debido a la tentación constante de la renta petrolera
sumada a la ineficiencia del gobierno para corregir las desviaciones del
proceso, resultan en terreno movedizo sobre el cual lo que se construya está
destinado indefectiblemente a colapsar.
La calle en ruinas llena de huecos y basura, el apartamentico de 60 m2,
la despensa vacía porque no hay harina, ni azúcar, ni café, ni crema dental, ni
un carajo, la nevera con la puerta abierta porque se dañó con uno de los
últimos apagones, la mujer con los rollos en la cabeza y el menorcito berreando
en los brazos, el marido con una cerveza en la mano rascándose la barriga mientras
ve en la tele el sorteo del kino, los otros dos chamos brincando y pegando
gritos, el perro hediondo y garrapatoso no son buena publicidad para “vender”
el socialismo.
Nos encontramos entonces nuevamente en una disyuntiva, sentarnos a dialogar
con los empresarios y tomar de vuelta el camino del capitalismo -que
significará no lo dudo, un pedregoso sendero sembrado de sufrimiento y bordeado
de represión, o profundizar nuestro tránsito por la vía revolucionaria sin
atajos ni desviaciones hasta alcanzar el fin último, el primigenio objetivo… el
bienestar del hombre, del ser humano sin distingos.